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Channel: dalai lama livorno – Pagina 107 – eurasia-rivista.org

Colombia: un nuevo (viejo) acuerdo bilateral

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En un contexto de crisis internacional, donde las políticas proteccionistas están a la orden del día, la firma de un Tratado de Libre Comercio parecería ir contra la marea -más aún cuando entre los suscriptores existen diferencias estructurales inmensas que derivaran en la firma de un acuerdo asimétrico. Una lectura solo económica nos lleva a un reduccionismo que no nos permite comprender el detrás de escena de dicho compromiso. Para evitar esto es importante hacer un breve recorrido histórico donde podamos ver la voluntad de influir de los Estados Unidos en Latinoamérica y cómo ésta política, particularmente, ha impactado en las relaciones con Colombia. No podemos en esta instancia olvidar la centralidad que el conflicto interno colombiano ocupa en las relaciones con los Estados Unidos.

Finalmente, entrado el siglo XXI es esencial pensar en el deterioro relativo de poder de los Estados Unidos frente a la región y consecuentemente su necesidad de mantener lazos con sus aliados históricos. De suma importancia resulta el análisis del contexto geopolítico regional en que se encuentra inmersa Colombia, en el cual Bogotá se ve obligada a reservarse opciones de poder,  en una zona que al menos en la primera década del nuevo siglo la miró con recelo y desconfianza.

 

América para los Estados Unidos

En 1823 el Presidente de los Estados Unidos, James Monroe, declaró un famoso mensaje comúnmente llamado la “Doctrina Monroe”. En el campo de la política hay pocas fes más incondicionales que la del pueblo norteamericano en esta Doctrina[1]. Allí se manifestaba que el sistema político de las potencias europeas era distinto al de América[2]  y fundamentalmente que: los Estados Unidos no podían admitir ninguna interposición (sobre los Estados latinoamericanos recientemente independizados) con el propósito de oprimirlos o de controlar de cualquier otra manera su destino, lo cual sería considerada una acción inamistosa.

Con la mencionada Doctrina, los Estados Unidos se reservaban el control del continente. Pese a esta advertencia, durante gran parte del siglo XIX, Washington no fue un actor de peso para el subcontinente –el país necesitó este tiempo para consolidarse internamente y llevar adelante un espectacular desarrollo capitalista– concediendo a Gran Bretaña un rol predominante en la región.

El velo “altruista” que cubría al mensaje Monroe comenzó correrse hacia finales de siglo.  En 1889 la Primer Conferencia Panamericana realizada en Washington fue el primer intento por institucionalizar las relaciones (asimétricas) con Latinoamérica. En adelante, los Estados Unidos emprenderían una política de mano dura e intervencionista hacia la región –mejor conocida como el gran garrote: América Central y el Caribe  pasarían a ser el lugar de ensayo para su política expansionista; convirtiéndose en  su verdadero patio trasero.

 

Una relación especial

Colombia, geográficamente más próxima a los Estados Unidos que ningún otro país del cono sur, no escapó al radio de influencia que el gigante norteamericano proyectaba sobre Centro América y el Caribe.

A inicios del siglo XX Colombia vivía una situación dramática. La “Guerra de los Mil Días” -una guerra civil- terminó con la amputación del Departamento de Panamá, que se convirtió en 1903 en una República “independiente”. Este hecho fue clave para la política exterior colombiana: el incidente subrayó su impotencia frente a los Estados Unidos –patrocinadores de la independencia panameña- y en consecuencia su política externa adquirió un carácter introvertido y de bajo perfil. Desde este momento la satisfacción de sus objetivos diplomáticos se verían subordinados a una asociación con el país del norte[3].

El resto del siglo tampoco fue calmo para Colombia. El abandono y violación a los derechos de los campesinos[4] por el Estado fue potenciando una situación de lucha social. De este modo, la necesidad de los mismos campesinos de auto defenderse de la paradójica ausencia/presencia del Estado generaron las condiciones para que el pensamiento de influencia marxista se enraizara con fuerza. La desigualdad social y la corrupción, sumado al resentimiento anti norteamericano -reforzado tras la pérdida de Panamá[5]-  son el seno de nacimiento de las organizaciones guerrilleras.  Si a nivel externo, la historia colombiana tuvo su parte aguas en 1903, la irrupción de la guerrilla lo es a nivel interno.

A mediados de los años ’60, en un clima de violencia alimentado tanto por la guerrilla como por los diferentes partidos políticos y el propio Estado, inician actividades las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) -actualmente la organización guerrillera más antigua e importante[6]-, actor fundamental al interior pero sin dudas con implicancias que trascienden las fronteras nacionales.

Hacia los años ’70 y ’80 la cuestión del narcotráfico se ubica en un primer plano. En adelante la distancia que las FARC mantenían respecto a la droga se hará difusa.

Durante la presidencia de Belisario Betancur las relaciones bilaterales con Estados Unidos refuerzan la asociación dependiente. Colombia se plegó a la política anti-drogas de la Casa Blanca lo cual implicó una identificación del narcotráfico como amenaza a la seguridad nacional  -o su securitización– y la adopción de estrategias prohibicionistas y represivas para combatirlo[7].

No obstante el deterioro de las relaciones durante los años ’90, los atentados terroristas del 9-11 y la llegada a la presidencia de Álvaro Uribe en 2002 convirtieron al gobierno de Bogotá en un apoyo incondicional para los Estados Unidos y, consecuentemente se comprometió seriamente la resolución del conflicto interno de Colombia.

 

Bilateralismo ante el fracaso multilateral

Como vimos, Estados Unidos siempre consideró como área de influencia exclusiva a América Latina. Los años ’90 fueron un momento especial en la relación. La mayoría de los gobiernos –si bien con diferente intensidad- aceptaron los lineamientos del nuevo orden internacional que surgía tras el fin de la Guerra Fría y estrecharon sus lazos con el único y gran vencedor. Un optimismo desmedido se expandió por el continente de tal modo que los mismos Estados Unidos soñaron con la posibilidad de crear un área de libre comercio hemisférica que se materializaría en la Iniciativa para las Américas, devenida luego en el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Esta propuesta no significaba el abandono de la proyección hegemónica, sino que era “el comercio hecho estrategia[8]”.

En 1994 inician las negociaciones del ALCA, pero a medida que avanzan los años el asunto se irá complicando.  En la IV Cumbre de las Américas en 2005 la historia volvía a repetirse: las asimetrías entre los Estados nuevamente condenaban a muerte un proyecto de libre comercio continental.

Ante este notable fracaso de la política exterior norteamericana, los esfuerzos por lograr dicho cometido mediante tratados de libre comercio (TLC) bilaterales se vieron en aumento -si bien años previos a 2005 y en el contexto de negociaciones estancadas los Estados Unidos ya empleaban esta estrategia complementariamente.

Colombia logró la aprobación ampliada de la Ley de Preferencias Arancelarias Andinas[9] en 2003[10] e inició negociaciones con la Casa Blanca para la firma de un TLC. Las cuestiones de seguridad y la estrepitosa voluntad del presidente Uribe por lograr -como fuera- un acuerdo de libre comercio debilitaron severamente la posición negociadora del país sudamericano.

El triunfo demócrata en las elecciones legislativas de 2006 congeló las negociaciones. El Congreso de los Estados Unidos ponía como condición para reanudarlas –y eventualmente aprobar el tratado- un combate enérgico a la violencia contra los sindicalistas[11]. Solo recién en octubre de 2011 el Congreso de los Estados Unidos aprobó el TLC con Colombia.

 

El TLC

El pasado 15 de mayo de 2012 entró en vigor el TLC. Este acuerdo viene satisfacer el objetivo colombiano por el acceso unilateral y permanente al gigante mercado de los Estados Unidos. Hasta entonces accedía por medio de la  prorrogación del ATPDEA[12] que culminó el 15 de febrero de 2011.

El TLC inicialmente beneficia a los sectores exportadores que podrán vender sus productos y servicios, en condiciones muy favorables, en el mercado estadounidense[13]. En consecuencia su atractivo principal es convertir a Colombia en una plataforma exportadora hacia los Estados Unidos. Inversionistas extranjeros -cuyos países no cuenten con las ventajas de un TLC- podrán producir en Colombia y exportar[14].

El gobierno, del ahora presidente Juan Manuel Santos, celebra dicho tratado. Siguiendo las palabras de Santos “esperamos que el TLC creará en Colombia al menos 500.000 puestos de trabajo en los próximos cinco años y que el comercio entre ambos países aumentara en un 25 por ciento[15]”.

Este optimismo, a nivel oficial, no se ve opacado por la siempre presente conflictividad interna: “Colombia ha sufrido “mucho” por la violencia, pero ahora los inversores están viniendo a Colombia porque ven que la situación de seguridad ha mejorado y que el gobierno la combate con políticas efectivas[16]”se manifestó al respecto el presidente.

Pese a las notables ventajas que pueda traerle a Colombia, no debemos olvidar que el TLC se afirma sobre un parámetro de relaciones asimétricas. Es lógico que en tal situación muchos sectores se muestren reticentes frente a dicho acuerdo, que viene a institucionalizar aquel parámetro. Por ejemplo, organizaciones no gubernamentales (ONG) alertaron que los campesinos colombianos se verían afectados, dado que el TLC le permitió a los Estados Unidos continuar con su política proteccionista a través de ayudas internas a la producción en materia agropecuaria[17].

 

Reflexiones

El TLC tiene como fundamento las relaciones asimétricas, de las cuales no solo Colombia es víctima. Pese al deterioro relativo del poder norteamericano, aún las diferencias económicas y políticas son abismales; y solo muy pocos Estados del mundo tienen la capacidad de atenuar individualmente estas disparidades.

Se enmarca, como dijimos, en la opción de negociaciones bilaterales –acentuadas sobre todo después del fracaso del ALCA[18]- donde los actores ven reducidos sus márgenes de acción frente a la potencia hegemónica. Además es una muestra de como el perímetro de seguridad de los Estados Unidos se ha extendido tras los sucesos del 9-11[19] y es consecuente con la caracterización de las FARC como organización terrorista y con la internacionalización del conflicto interno que se proyecta cada vez más fuera de las fronteras colombianas.

En este marco, es lógico que los Estados Unidos deseen institucionalizar los vínculos. La violencia interna deja de ser ya una excusa para retardar el tratado. Ahora se prioriza (pragmáticamente) la necesidad de consolidar relaciones con –tal vez- uno de los pocos aliados en una región que se siente segura de sí misma como nunca antes y que diversifica sus vínculos con nuevos Estados emergentes.

Para Colombia, rodeada por vecinos hasta hace poco hostiles, es a nivel geopolítico un modo asegurarse opciones de poder ante un eventual reavivamiento del conflicto. A nivel comercial, es una jugada más arriesgada: deberá evaluar constantemente los efectos que la dinámica de libre comercio genere, con miras a evitar que las dimensiones del mercado estadounidense impacten negativamente en su estructura económica; a la cual la necesita con vitalidad para hacer frente a altos niveles de conflictividad social (y evitar el surgimiento de nuevos).


*Maximiliano Barreto è laureando in Relazioni internazionali all’Università Nazionale di Rosario (Argentina)



[1] PERKINS, Dexter. “La historia de la Doctrina Monroe”. Eudeba, Buenos Aires, 1964, Pág. 9.

[2] Contraste entre una Europa monárquica y una América republicana.

[3] TICKNER, Arlene B. “Intervención por invitación. Claves de la política exterior colombiana y de sus debilidades principales”. Colombia Internacional, nro 65, Bogotá, enero-junio 2007.

[4] “La violencia que generó más violencia”. Disponible en Internet: http://www.colombia.com/especiales/2002/farc/historia/

[5] Ibídem.

[6]“Son una organización guerrillera cuyo declarado objetivo es acabar con las desigualdades sociales, políticas y económicas, la intervención militar y de capitales estadounidenses en Colombia mediante el establecimiento de un Estado marxista-leninista y bolivariano”. Fuente: Perfil.com. “La historia de las FARC”. Disponible en Internet: http://www.perfil.com/contenidos/2008/01/13/noticia_0010.html

[7] Ibídem.

[8] LOZANO, Lucrecia. “La iniciativa para las Américas. El comercio hecho estrategia”. NUEVA SOCIEDAD NRO. 125 MAYO-JUNIO 1993, PP. 121-134. Disponible en Internet: http://www.nuso.org/upload/articulos/2241_1.pdf

[9] “Es un programa a través del cual Estados Unidos concede entrada de mercancía libre de impuestos a Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú. La Ley de Preferencias Arancelarias Andina fue promulgada el 4 de diciembre de 1991. El objetivo de la “ATPA” es combatir la producción de narcóticos y el narcotráfico mediante el otorgamiento de beneficios comerciales para ayudar a los países a diversificar y fortalecer industrias legítimas”. Fuente: Sistema de Información sobre Comercio Exterior. Organización de los Estados Americanos. Disponible en Internet: http://www.sice.oas.org/TPD/USA_ATPA/USA_ATPA_s.ASP

[10]Revista Semana. “La otra verdad”. 03/04/2006 -edición  1244 Cit. por ROJAS, Diana Marcela. “Balance de la Política internacional del gobierno Uribe”. Análisis político. vol.19 no.57 Bogotá Aug. 2006. Disponible en Internet: http://www.scielo.org.co/scielo.php?pid=S0121-47052006000200005&script=sci_arttext

[11] Óp. Cit. TICKNER, Arlene B.

[12] Una ampliación del citado ATPA al añadirse la sigla en ingles “ED” Erradicación de la Droga.

[13] Sitio oficial del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo de la República de Colombia. Dirección Web: https://www.mincomercio.gov.co/tlc/publicaciones.php?id=723

[14] CORREA, Jorge C. “TLC hace más atractivo producir en Colombia”. Portfolio.co. Disponible en Internet: http://www.portafolio.co/economia/tlc-hace-mas-atractivo-producir-colombia-0

[15] Radio Nacional de Colombia. “Santos espera que el TLC genere al menos 500 mil empleos en Colombia”. Disponible en Internet: http://www.radionacionaldecolombia.gov.co/index.php?option=com_topcontent&view=article&id=27625:presidente-santos-espera-que-el-tlc-ayude-a-crear-al-menos-500000-empleos-en-colombia&catid=1:noticias

[16] Ibídem.

[17] La Prensa Latina. “Los ingresos del 70 por ciento de los campesinos bajarán por el TLC Colombia-EEUU”. Disponible en Internet: http://laprensalatina.com/los-ingresos-del-70-porciento-de-los-campesinos-bajaran-por-el-tlc-colombia-ee-uu-segun-estudio/

[18] Estados Unidos ya cuenta con TLC con Canadá, México, Chile, países de Centro América, República Dominicana, Panamá, y Países Andinos.

[19] Muchos coinciden en decir que el nuevo perímetro de seguridad también incluye a Venezuela. También es muestra de como para los Estados Unidos las cuestiones de seguridad subyacen en la matriz de vinculamiento con Colombia.

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PARAGUAY: UN PAESE IN BALIA DELL’INCERTEZZA

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Nella notte tra il 22 e il 23 di giugno ad Asunciòn si è materializzato quanto temuto nei precedenti giorni: il presidente paraguaiano Fernando Lugo è stato destituito dal voto del Senato (39 voti in favore dell’atto e 4 contrari) ed al suo posto si è insediato Federico Franco.

Motivazioni
Lugo è stato destituito per la grave accusa di “inettitudine e mancanza di decoro” ossia è stato riconosciuto responsabile dell’aumento della violenza nel Paese, che ha raggiunto il suo apice negli scontri del 15 giugno a Curuguaty dove hanno perso la vita 17 persone – 11 civili e 6 poliziotti. Gli scontri nello specifico vedevano contrapposti contadini e forze dell’ordine a causa di un ordine di sfratto nella tenuta Murumbi (circa 2 mila ettari). Si evince quindi il ripetersi di una problematica di fondo, molto consueta nell’America Latina: la proprietà latifondiaria contrapposta alla richiesta di terreni da coltivare da parte di piccoli agricoltori. Tale criticità appartiene ad Argentina, Brasile, Venezuela e a tutti gli altri Stati della Regione che pongono – chi più e chi meno – come prioritario il dialogo con le associazioni contadine dei Sin Terra. Ogni Stato applica dei programmi di redistribuzione delle terre coltivabili per far fronte all’esigenza. Va comunque riconosciuta la difficoltà oggettiva del meccanismo in parte lento nella sua attuazione, in particolare occorre interpretare di non facile soluzione il costante dialogo con l’elite latifondiaria che molto spesso fa capo a vere e proprie multinazionali. Qui ha un gran peso la tipologia della politica insita nel governo di ogni singolo paese. Si evincono a tal proposito tre distinte politiche:
– Il populismo dell’attuale amministrazione venezuelana o boliviana, per esempio. In tale condizione politica si bada poco all’aspetto diplomatico e si punta dritti all’obbiettivo strategico, senza minimamente prendersi cura delle ripercussioni esogene dell’atto stesso. Tale politica fonda tutta la sua forza sull’approvazione endogena, costruendo di conseguenza un’approvazione nelle fondamenta del tessuto sociale nazionale. A livello esogeno, tuttavia, vengono generati attriti politico-economici per via della destabilizzazione del concetto globale di alcune economie: il mercato esiste perché alcune risorse risultano disponibili in maniera limitata, quindi detenerne la fonte equivale ad una garanzia dominante sul mercato stesso. Spostare tali equilibri e farlo in modo brusco vuol dire generare forti malumori, specialmente in chi era abituato a dare per scontato il possesso di tali risorse;
– La politica diplomatica del Partido de los Trabajadores e del Frente para la Victoria, per fare due esempi relativi al Brasile e all’Argentina. Questi movimenti volgono il loro sguardo contemporaneamente all’aspetto esogeno ed endogeno della politica. In definitiva cercano di creare un equilibrio tra i rapporti esterni ed i rapporti con l’elettorato. Dal punto di vista nazionale vengono posti in essere progetti pluriennali – a volte lenti e macchinosi come quello dell’esproprio dei terreni in favore dei sin terra – volti ad ottemperare al principale onere del loro mandato: la risoluzione diretta delle problematiche economico-sociali della popolazione. Interessante come esempio a tale proposito è il programma brasiliano “Fame Zero”. Dal punto di vista internazionale si tende, in linea di massima, a non porsi come antagonisti, ma quali interlocutori di tutto rispetto. E’ il caso del Brasile, che mediante tale strategia politica – accostata ad un’attenta gestione economico-sociale – si è ritagliato uno spazio di tutto rispetto nel dialogo internazionale. Tale percorso è stato possibile grazie ad una non chiusura verso gli attori internazionali dominanti o pseudo tali – a tal proposito sottolineiamo che all’inizio del Governo Lula (2003) non vi fu alcun brusco arresto al dialogo con il FMI, bensì una cooperazione allo sviluppo. Un po’ più spigolosa risulta la politica argentina che altalena la sua politica tra populismo e diplomazia, ma senza distrarsi dalla ragione della sua stessa esistenza: il popolo e le sue esigenze;
– La terza politica riscontrabile nell’emisfero indiolatino è quella dedita all’implementazione degli aspetti esogeni e che focalizzano sul PIL ogni valutazione endogena. Tra gli Stati appartenenti a tale orientamento si annoverano il Cile – schiavo di una Carta Costituzionale firmata da Pinochet – e la Colombia che volge ostinatamente il suo sguardo a nord (così come il Messico) ed in base a ciò orienta le proprie scelte economiche, politiche e sociali. In poche parole si parte dall’esterno per poi operare all’interno. Per fare due altri esempi di tale orientamento politico citiamo Panama e Haiti, due nazioni condannate dalla loro collocazione strategicamente rilevante e pertanto “costrette” a sacrificare l’aspetto endogeno, per soddisfare le pressioni esogene.
Ai margini di queste macropolitiche esiste tutta una serie di Paesi che, per via di una sussistente arretratezza economica, cercano sodalizi con i blocchi che ritengono strategicamente rilevanti. Tra questi figura il Paraguay, che ha orientato la propria strategia verso la latinoamericanità legando le proprie speranze al blocco dell’Unasur, almeno sino a ieri. Il paradosso della destituzione di Lugo, che rende meno chiara la stessa accusa, è che i primi a protestare sono stati gli stessi agricoltori – secondo le accuse trascinati nella violenza per colpa dell’inoperatività di Lugo. Quindi le accuse sembrano cadere; in ogni caso, la sovranità popolare si è espressa a favore della continuità dell’esecutivo. L’inconsistenza dell’accusa è stata da tempo percepita dalle altre Nazioni latinoamericane e dalle popolazioni, che immediatamente hanno manifestato in ogni metropoli latinoamericana il proprio disappunto nei confronti del colpo di Stato “morbido” verificatosi in Paraguay.

Il golpe “morbido”
Con tale definizione intendiamo evidenziare una netta differenza rispetto al colpo di Stato classico. Il golpe è, di per sé, la destituzione di un governo mediante un’azione di forza – spesso per mano militare – volta a instaurare un regime dittatoriale o per lo meno un potere fortemente accentrato nella massima autorità. Il golpe “morbido”, che sembra configurare una nuova metodologia di destituzione di un governo, applica azioni più “democratiche” ed “al passo con i tempi”. Un golpe puro oggi sarebbe fortemente criticato dalla comunità internazionale – anche dai suoi stessi patroni occulti – e quindi non avrebbe alcuna possibilità di affermarsi e consolidarsi in ambito internazionale. Oggi, ed è un’operazione consolidata ed efficace, si adotta una destabilizzazione istituzionale più lieve ed inattaccabile dalla comunità internazionale: si sfrutta la legge cogliendo l’occasione che si presenta, reale o artificiale che sia. Il golpe “morbido” consiste nell’impugnare l’esito di un’elezione riscrivendone il risultato (ad es. Costa D’Avorio); oppure coglie l’occasione di una protesta per mettere sotto scacco un’amministrazione (Paraguay?); o ancora – magari con una collaborazione esterna – sfrutta la divisione etnica, religiosa o razziale fomentando una divisione artificiosa della società civile, che a sua volta si riversa contro le istituzioni (Libia, Siria, Sudan). In definitiva, il soft-golpe non subisce la condanna esogena – o non del tutto – perché rispecchia i criteri “democratici”, magari assecondando gli interessi extranazionali.

Unasur e America Latina.
Il golpe “morbido” paraguaiano però non può ottenere l’indifferenza delle popolazioni e delle istituzioni più prossime al Paese. L’Unasur ha preso subito le distanze dalla nuova formazione governativa di Asunciòn, non riconoscendone la legittimità. I risvolti non sono di scarso rilievo: la stessa Unasur sta valutando seriamente la possibilità di estromettere il Paraguay dall’Unione delle Nazioni Sudamericane – e di conseguenza sarà difficile vedere in seno al CELAC un approccio sereno con Federico Franco o con chi per lui. Ma molti capi di Stato hanno espresso il loro personale disappunto nei confronti della destituzione ed hanno affermato di non riconoscere il nuovo governo. Non sono cose trascurabili: Brasile, Argentina, Bolivia, Venezuela, Ecuador, Costa Rica hanno subito preso le distanze ed ovviamente lo faranno anche altri nella regione.

Economicamente e strategicamente cosa vuol dire?
Il Paraguay indubbiamente si ritroverà più solo nella sua regione, stretto tra i colossi argentino e brasiliano, che non mancheranno di far sentire la loro pressione economica e politica. D’altra parte si ritornerà a parlare, presumibilmente, di rapporti bilaterali con Stati poco o per nulla allineati al pensiero bolivariano. Ma la bilateralità è un concetto che piace molto alla politica estera degli Stati Uniti che potrebbero porgere – se non è già avvenuto fino ad ora nei confronti dell’opposizione di Lugo – la loro mano economica ad Asunciòn. Non si tratta di un’azione insensata. Vista la collocazione geografica del Paraguay, offrire un sostegno economico vorrebbe dire collocare una pedina importante tra il Re e la Regina dell’America Latina – in un’ottica di partita a scacchi globale – non sicuramente piacevole per i diretti interessati (Brasile e Argentina).

Destituzione e prospettive
L’attuale presidente del Paraguay è Federico Franco, che durante la presidenza Lugo ricopriva la carica di vicepresidente. La sua ascesa è stata favorita da un cambiamento ideologico radicale che lo ha condotto da sostenitore di Lugo a suo più forte oppositore. Il Senato si è palesemente schierato a favore della destituzione, in quanto controllato totalmente dall’opposizione al governo destituito. In tale situazione politica, qualsiasi capo di Stato nei panni di Lugo non avrebbe avuto vita facile, né tanto meno una prospettiva di medio o lungo termine. L’ormai ex presidente lascia una situazione critica dal punto di vista interno, difficile da invertire dall’oggi al domani. Il Paraguay necessita di una ricostruzione economica interna per poi potersi riproporre in ambito internazionale. Ciò che appare al suo orizzonte è stato illustrato nei precedenti due paragrafi e qui sinteticamente riproposto:
– Franco potrebbe, ed è l’ipotesi più plausibile, reimpostare le strategie paraguaiane in un’ottica statunitense, assicurandosi flussi di capitale non indifferenti nel breve periodo e sacrificando ulteriormente lo sviluppo endogeno del Paese (ossia dell’intera collettività e non di parte di questa);
– Franco potrebbe non reggere alle pressioni dei governi vicini – pressioni politiche ed economiche – ed in un clima di forte instabilità sociale potrebbe indire nuove elezioni per riconsegnare la sovranità nelle mani del popolo paraguaiano.
Nell’arco di sei mesi ogni scenario potrebbe essere più delineato e leggibile1.

* William Bavone è laureato in Economia Aziendale (Università degli Studi del Sannio, Benevento)

Note:
1. Durante la stesura dell’ultimo paragrafo del presente articolo, Maximiliano Barreto – stagista di Eurasia – ha posto alla mia attenzione il seguente collegamento, che vale come approfondimento al paragrafo “Economicamente e strategicamente cosa vuol dire?”: http://www.aptotodopublico.com/2012/06/la-nueva-base-militar-de-eeuu-en.html?utm_source=feedburner&utm_medium=twitter&utm_campaign=Feed%3A+AptoTodoPublico+%28Apto+Todo+Publico%29&utm_content=FaceBook

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Vicino Oriente ed Europa, un’alleanza possibile

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Federico Dal Cortivo per Europeanphonix intervista lo storico italiano Stefano Fabei

La chiamano scontro di civiltà, lotta al terrorismo, esportazione della democrazia; è sotto gli occhi di tutti che è in atto da qualche tempo un attacco contro le principali nazioni del Vicino Oriente da parte delle forze politiche filoatlantiche che sono alla guida dei principali Stati europei. Questi ultimi, che rispondono a precisi interessi di Washington e del suo fedele alleato israeliano, sono già presenti in forze nel teatro mediorientale e, dopo aver attaccato la Libia, ora tengono sotto pressione la Siria e l’Iran; eppure ci fu un tempo in cui i rapporti tra le due sponde del Mediterraneo parvero incanalarsi verso un’alleanza militare e politica che poteva segnare le sorti dell’intera regione e che potrebbe ripresentarsi anche in un prossimo futuro, se gli europei lo vorranno. Ne abbiamo parlato con il prof. Stefano Fabei, storico italiano che si è spesso interessato alla storia dei rapporti tra Europa a Vicino Oriente.


 

D: Prof. Fabei, nei suoi importanti saggi «Il fascio, la svastica e la mezzaluna», «La  “legione straniera” di Mussolini», «Les arabes de France sous le drapeau du Reich», «Mussolini e la resistenza palestinese», e «Una vita per la Palestina, storia del Gran Mufti di Gerusalemme», lei apre uno squarcio su quelli che si possono  definire gli stretti rapporti tra i vari movimenti di resistenza e di liberazione araba contro la Gran Bretagna e la Francia, e l’Italia e la Germania dell’epoca. Ci può illustrare, per i nostri lettori, innanzitutto il contesto storico e geopolitico in cui si andavano formando tali alleanze?

 

R: Premetto che le mie ricerche hanno avuto, e hanno tuttora per oggetto momenti e fatti che la storiografia ufficiale ha volutamente ignorato perché scomodi, e quindi sgraditi, a quanti ritengono la storia uno strumento di propaganda politica più che una disciplina scientifica. Per una storiografia finalizzata a rappresentare i fascismi solo e soltanto come il «male assoluto», parlare di relazioni tra le «incarnazioni politiche statali» di quest’ultimo e i movimenti di liberazione del Terzo Mondo è pura blasfemia. Ciononostante, indipendentemente dal fatto che turbino la sensibilità di qualcuno o che mettano in dubbio verità ritenute indiscutibili, certe pagine di storia vanno scritte e analizzate.

Accettare gli schemi preconcetti condizionati dalle dicotomie assurte nel secondo dopoguerra a valore di dogma (destra/sinistra, razzismo/antirazzismo, colonialismo/terzomondismo, eccetera) e limitarsi a essi, significa faticare non poco a spiegare un complesso rapporto, spesso contraddittorio, caratterizzato da luci e ombre, talvolta entusiasta e sincero. Questo rapporto vide protagonisti personaggi e situazioni che animarono una tempèrie per la quale, con il senno di poi, è stata coniata da storici più interessati a fornire materiale utile alla cronaca mediorientale piuttosto che al servizio della Verità, l’ingenerosa, inappropriata e fuorviante espressione di «filofascismo arabo». Certamente, tanto la parte fascista quanto quella arabo-musulmana – da considerare nella loro complessità e da non ridurre a blocchi monolitici – perseguivano obiettivi di fondo diversi, ma è sulla via del loro raggiungimento che si trovarono a percorrere in compagnia alcuni tratti di strada.

Il contesto storico e geopolitico in cui si svilupparono i rapporti tra l’Italia di Mussolini e la Germania di Hitler da una parte, e i movimenti di liberazione dell’area arabo-islamica dall’altra, è quello determinatosi con la fine della Prima guerra mondiale, quando Francia e Gran Bretagna, senza tenere in alcun conto le aspirazioni dei popoli soprattutto dell’ex impero ottomano cui peraltro avevano promesso libertà, indipendenza e autodeterminazione, provvidero a dividersi secondo interessi puramente colonialistici il Nord Africa e il Medio Oriente, imponendo al vertice degli Stati dell’area uomini a loro asserviti e creando nel cuore del mondo arabo un Focolare nazionale ebraico percepito da arabi e musulmani come un corpo estraneo.

D: Quali erano i principali sostenitori in Italia e Germania dei movimenti di liberazione arabi? E perché questa comunanza di obiettivi?

 

R: Palazzo Chigi e la Wilhelmstrasse, i ministeri degli Esteri italiano e tedesco, furono, proprio in quanto tali, gli ambienti in cui si sviluppò un particolare tipo di sensibilità nei confronti dei movimenti di liberazione arabi e islamici, in lotta contro Francia e Gran Bretagna, potenze concorrenti dell’Italia nel bacino del Mediterraneo e nel Vicino Oriente, ma non solo. Nelle componenti rivoluzionarie e «di sinistra» sia del fascismo sia del nazionalsocialismo ci furono, fin dalle origini, una forte avversione nei confronti delle demoplutocrazie di Parigi e Londra e una altrettanto forte simpatia verso i movimenti di liberazione antibritannici e antifrancesi.

 

 

D: Sul fronte arabo, pur con le dovute differenze, il fine era il medesimo: liberarsi definitivamente dal giogo coloniale britannico e francese. Chi erano i maggiori movimenti di liberazione in campo? Quale fu il loro seguito tra le popolazioni arabe?

 

R: La tipologia di questi movimenti, che perseguivano, come ha detto lei, il comune obiettivo dell’indipendenza, era diversificata: alcuni erano a forte ispirazione religiosa, come la Fratellanza musulmana (Jama‛at al-Ikhwān al-muslimīn) fondata in Egitto da Ḥasan al-Bannā’ e i mujâhidîn delle brigate dello sceicco ‘Izz al-Dîn al-Qassâm in Palestina; altri erano nazionalisti laici. Al fascismo come modello guardavano, seppur in modo confuso, movimenti come il Partito del Giovane Egitto (Hizb Misr al-Fatâ) di Ahmad Husayn, le Falangi Libanesi (al-Katâ’ib al-Lubnâniyya) di Pierre Jumayyûl, organizzazioni come le Camicie Verdi (al-Qumsân al-Khadrâ’) e le Camicie Azzurre (al-Qumsân az-Zarqâ’), entrambe egiziane, nonché varie associazioni scoutistiche (al-Jawwâla). In altri casi, invece, il motivo ispiratore era costituito dal nazionalsocialismo: citiamo il Partito Nazionale Sociale Siriano (al-Hizb al-Qawmî as-Sûrî al-Ijtimâ’î) di Antwân Sa’âda, le Camicie di Ferro (al-Qumsân al-Hadîdiyya) a Damasco e ad Aleppo, l’irachena al-Futuwwa, la cui etica traeva origine da quella degli ordini cavallereschi del medioevo islamico.

Alcuni di questi movimenti godettero di un significativo seguito, soprattutto tra giovani, studenti, intellettuali e militari. Il Partito del Giovane Egitto, le Falangi Libanesi e il Partito Nazionale Sociale Siriano sopravvissero alla Seconda guerra mondiale e continuarono a svolgere attività politica in un contesto diverso che gli impose di cambiare nome e simboli. Altri cessarono di esistere e i loro militanti andarono a far parte di movimenti di ispirazione religiosa come la Fratellanza musulmana; altri ancora confluirono in nuovi soggetti politici di ispirazione nazionale e socialista come il Ba’th o come i partiti di tendenze panarabiste e nasseriane.

 

 

D: Prof. Fabei, ci parli delle principali figure della resistenza araba che collaborarono o guardarono con simpatia alle potenze dell’Asse, e in particolare di quella che a tutt’oggi viene indicata come un emblema della lotta di liberazione del Vicino Oriente, il Gran Mufti di Gerusalemme, su cui lei scrive che «… non c’è quasi nulla della dottrina dell’Organizzazione per la Liberazione della Palestina e nella Carta del Consiglio Nazionale Palestinese che non sia stato già concepito da lui o da lui, indirettamente, ispirato».

 

R: Tra gli interlocutori arabi di spicco che privilegiarono l’alleanza – più pragmatica che ideologica – tra il fascismo e l’Islàm, mal riponendo tra l’altro le loro speranze in un altrettanto netto rifiuto dell’entità sionista che a rilento, ma in modo inarrestabile, andava costituendosi in Palestina, ricordiamo innanzitutto il Gran muftî di Gerusalemme Hâjj Amîn al-Husaynî, fautore di un’impostazione arabo-islamica, e non strettamente nazionale, della lotta di liberazione del Dâr al-Islàm dalle ingerenze straniere. Egli, insieme a Rashîd ‘Alî al-Gailânî, l’ex Primo ministro iracheno, protagonista nel 1941 del tentativo di cacciare gli inglesi dal proprio Paese, trovò asilo durante la guerra a Roma e a Berlino, con le quali entrambi i leader collaborarono attivamente. Presto, però, i rapporti tra i due si deteriorarono determinando un contrasto e un progressivo distacco che non permise loro di tradurre in fatti concreti tutte le iniziative politiche e militari progettate al fianco dell’Asse.

Il nazionalismo di Rashîd ‘Alî era una cosa ben diversa dalla concezione politica cui s’ispirava il Gran muftî: si collocava in una dimensione geopolitica più ristretta, nei limiti dello Stato prospettato dallo sceriffo della Mecca Husayn piuttosto che in una visione panarabistica e tantomeno panislamica. Laico e molto realista, al-Gailânî era un nazionalista iracheno, lontano dalla visione panarabistica cui aderiva il muftî che con l’ingresso del Giappone nel conflitto era approdato addirittura a una dimensione panislamica. In quel momento, in effetti, la liberazione dei musulmani del subcontinente indiano sembrava potersi tradurre in realtà e aprire nuovi scenari.

Per il Gran muftî quello che sarebbe nato dall’unione, garantita e proclamata da Mussolini e Hitler, di Iraq, Siria, Palestina e Transgiordania, avrebbe dovuto essere uno Stato teocratico governato, secondo le leggi della Shariâh e della tradizione musulmana, da una guida religiosa, il punto di riferimento che era venuto a mancare con la fine del califfato ottomano. Per al-Gailânî, invece, tale Stato, in cui Baghdad avrebbe avuto un ruolo preminente, si sarebbe caratterizzato per la sua struttura laica. Finita la Seconda guerra mondiale, entrambi continuarono la propria lotta in Iraq e in Palestina, dove il muftî seguitò a essere per alcuni anni il simbolo della resistenza al sionismo e il punto di riferimento della leadership palestinese, fino alla creazione dell’OLP.

Oltre a loro, molti altri politici arabi e musulmani guardarono con simpatia all’Asse. Tra gli altri ricorderemo l’emiro druso Shakîb Arslân, uno dei principali esponenti della corrente riformista della salafiyya che a Ginevra dirigeva «La Nation Arabe», e Muhammad Iqbâl, il padre spirituale del Pakistan, il quale ebbe parole d’elogio per l’apertura nei confronti dell’Asia suggellata da Mussolini con il discorso del 18 marzo 1934 sull’espansione pacifica dell’Italia in Oriente. Altri esponenti della lotta di liberazione araba che trovarono asilo politico nei Paesi dell’Asse – una settantina circa tra asiatici e africani – furono gli egiziani Mansur Da’ûd e al-Tayeb Nâser, presidente della società Misr (Egitto) in Europa, il leader desturiano Habîb Thâmer e il più noto Habîb Bourghiba, entrambi tunisini.

 

 

D: Anche in Iran negli anni Trenta molti guardarono all’Europa alla ricerca di validi alleati alla causa musulmana. Ci può  illustrare i rapporti tra le potenze dell’Asse e l’Iran?

 

R: L’ostilità dei persiani verso russi e inglesi, che nell’agosto del 1941 avrebbero di comune accordo invaso l’Iran, la fiaccola dell’orgoglio nazionale iranico e di quello islamico contribuirono negli anni Trenta a far sì che molti in quel Paese si rivolgessero ammirati a Berlino e a Roma: non erano solo coloro che si consideravano i custodi dell’arianità del popolo persiano o nazionalsocialisti, il movimento Melliyoun-I-Iran ad esempio, ma anche molti dignitari sciiti e uomini politici, come Habibullâh Nobakht, che nei loro discorsi mescolavano spesso nazionalismo, ostilità nei confronti degli ebrei e «integralismo islamico».

Fin dall’autunno del 1939, poco dopo l’inizio della guerra, Teheran aveva dichiarato la propria neutralità. Loshâh Reza Pahlavi, che era riuscito a neutralizzare le interferenze russe e inglesi negli affari interni del Paese e aveva stipulato importanti accordi d’aiuto commerciale con la Germania, annunciò l’intenzione di mantenere rapporti amichevoli con tutte le grandi potenze, ma ciò non impedì un’invasione che, dopo le guerre in Iraq e Siria della primavera del 1941, doveva nei piani di Churchill e Stalin impedire che Hitler potesse attingere ai campi petroliferi persiani, fattore bellico di primaria importanza. Per Churchill la necessità di mandare munizioni e rifornimenti d’ogni tipo all’URSS e l’estrema difficoltà della rotta artica, nonché le future scelte strategiche, rendevano utile una via di comunicazione con la Russia attraverso la Persia. Pertanto, l’invasione anglo-sovietica dell’agosto del 1941, sebbene rappresentasse un’indubbia violazione della sovranità di uno Stato neutrale, non fu certo una sorpresa per nessuno e tanto meno per lo stesso shâh.

Per più di cento anni, con la sola eccezione dei venti anni di regno Pahlavi, la Persia era stata dilaniata dagli opposti interessi di Gran Bretagna e Russia. Quando questi interessi si vennero a combinare, come accadde allorché Hitler decise di attaccare l’Unione Sovietica, la posizione strategica della Persia assunse un’importanza vitale sia per gli Alleati sia per l’Asse. Da una parte o dall’altra l’invasione era inevitabile: o immediatamente, da parte di Russia e Inghilterra, appena alleatesi e desiderose di assicurarsi il controllo di una vitale direttrice di rifornimento dal Golfo Persico al Mar Caspio, o in seguito, e sicuramente in maniera pacifica, da parte dei tedeschi che, occupando il Paese dopo aver attraversato il Caucaso, avrebbero potuto minacciare le retrovie sovietiche e collocare le forze dell’Asse a cavallo delle rotte britanniche per l’India, l’Australia e l’Estremo Oriente.

La forza belligerante che si fosse conquistata il controllo dei pozzi petroliferi della Persia, oltre che dell’Iraq, si sarebbe assicurata le maggiori forniture di carburante del mondo dopo quelle statunitensi.

Per la Germania l’Iran era – o meglio: sarebbe diventato in prospettiva, per il dopo «Barbarossa» – importantissimo, per il petrolio e per la sua posizione strategica in Medio Oriente. Le proposte alleate per una «occupazione pacifica» delle zone chiave del territorio persiano furono respinte dallo shâh, in quanto una simile «benevola neutralità» verso gli Alleati avrebbe suscitato la collera dell’Asse in un momento in cui sembrava che la Germania vincesse su tutti i fronti; e anche perché la scintilla da cui era partita l’ascesa al potere dello stesso Reza Pahlavi era stata costituita da un moto di ribellione contro l’occupazione militare del Paese da parte di Russia e Gran Bretagna. La guerra in Siria era finita. Ancora una volta tutto il problema mediorientale doveva, secondo Hitler, essere subordinato all’operazione «Barbarossa», ma di questo avviso non era certamente il Primo ministro inglese, avvicinandosi ormai, dopo quello dell’Iraq e della Siria, il turno dell’Iran.

Con l’entrata infatti delle truppe alleate in questi Paesi, le potenze dell’Asse, a metà del 1941, avevano perso la possibilità di sfruttare sul piano militare la loro influenza in Medio Oriente. Iniziava quindi una nuova fase nella storia dei loro rapporti con il mondo arabo e islamico, che si sarebbe protratta fino alla perdita, nell’estate del 1943, della testa di ponte nordafricana.

Il nazionalismo iraniano, che allora subì le pesanti repressioni alleate, sarebbe esploso nel 1951 con Mossadeq e, una generazione più tardi, con la rivoluzione islamica del 1979. Sarebbe una forzatura assimilare l’uno o l’altro di questi movimenti politici a una varietà di fascismo, ma è indubbio che alcuni dei temi favoriti dei gruppi filo Asse che animarono la resistenza agli odiati britannici e ai temuti vicini russi, desiderosi di bagnarsi i piedi sul Golfo Persico, sono stati ripresi dalla rivoluzione islamica dell’âyatollâhKhomeynî: il desiderio di libertà, indipendenza e autodeterminazione, il rifiuto sia del Grande Satana e dell’Occidente corrotto, sia del comunismo ateo dell’URSS, la solidarietà islamica alla lotta antisionista del popolo palestinese.

 

D: Da un punto di vista strettamente militare, centinaia di migliaia furono i combattenti islamici nella Wermacht e nelle  Waffen-SS, solo poche centinaia quelli arruolati nelle Forze armate italiane. Ci può dire che peso ebbero questi soldati nell’andamento delle operazioni sui vari fronti di guerra, dove furono impiegati, e perché essi preferirono vestire in massima parte l’uniforme germanica?

R: Si tratta di un contributo significativo, difficile da quantificare con precisione numerica. Volendo tuttavia dare qualche cifra, diremo prudentemente che oltre 300.000 furono i musulmani delle regioni islamiche dell’Unione Sovietica (caucasici, turchi di Crimea, tartari del Volga, turkestani, azeri, ecc.) che si arruolarono con i tedeschi per combattere contro l’Armata Rossa; 117.000 i caduti.

Per quanto riguarda gli arabi, tra il 1941 e il 1945, si calcola che 500 siriani, 200 palestinesi, 450 iracheni, e 12.000 circa tra algerini, tunisini, marocchini ed egiziani si unirono attivamente all’Asse. 6.300 fecero parte di unità militari del Reich, poche centinaia combatterono con le mostrine del Regio Esercito, altri ancora militarono nelle unità della Francia di Vichy. Emanuel Celler, membro del Congresso degli Stati Uniti, il 10 aprile 1946 dichiarò che 2.000 soldati arabi dell’Asse prigionieri di guerra erano ospiti del campo di prigionia di Opelika, nell’Alabama.

Nei Balcani poi, oltre 30.000 volontari della Bosnia, dell’Albania e di altre regioni musulmane entrarono nelle Waffen-SS, cui bisogna aggiungere quelle migliaia di fedeli di Allâh che combatterono in milizie e formazioni autonome.

Tutti, o quasi, questi uomini preferirono vestire l’uniforme germanica piuttosto che quella italiana perché da parte del Terzo Reich – che fra l’altro non aveva colonie né obiettivi di conquista nel mondo arabo e islamico – ci fu nei loro confronti un atteggiamento molto più rispettoso, oltre alla garanzia di un migliore trattamento sia sotto il profilo dell’armamento sia del soldo. Può sembrare strano, ma nella Wehrmacht non mancarono neanche soldati di colore…

 

 

D: Oggi uno dei più spinosi problemi nel Vicino Oriente è costituito da Israele; lo Stato sionista ha rappresentato fin dalla sua nascita un elemento fortemente destabilizzante nell’intera regione. Quali erano allora le opinioni dei capi della resistenza araba nei confronti del nascente problema ebraico in Palestina?

 

R: La nascita dello Stato ebraico è stata sempre vista nel mondo arabo-islamico, prima di tutto in Palestina, come un’imposizione da parte delle potenze occidentali e dell’Unione Sovietica, quando, dopo la Seconda guerra mondiale, anche Stalin contribuì alla creazione di Israele, e in modo fondamentale, come dimostrano i documenti recentemente scoperti negli archivi sovietici. Il voto determinante dell’URSS in sede ONU, a favore della nascita di questo Stato, è storia, mentre è molto meno noto il fatto che l’Unione Sovietica nel 1948 fornì armi ai sionisti violando l’embargo sostenuto da Gran Bretagna e Stati Uniti. Significativo il fatto che il Primo ministro israeliano Golda Meir abbia affermato testualmente, riferendosi ai dirigenti moscoviti: «Non sappiamo se avremmo potuto resistere senza le loro armi».

 

D: Come sarebbe cambiata la geopolitica dell’area mediterranea e del Vicino Oriente se le  forze dell’Asse fossero arrivate al Cairo e dalla Russia attraverso il Caucaso si fossero poi ricongiunte per poi dilagare in Iraq, Arabia, fino all’Iran e, in prospettiva, verso l’India incontrandosi con i giapponesi?

 

R: Difficile dirlo con precisione. Possiamo tuttavia affermare che la diversità di obiettivi tra Italia e Germania nell’area mediterranea portò Hitler, il 24 ottobre 1936, giorno della costituzione dell’Asse, a fare a Galeazzo Ciano, ministro degli Esteri italiano, le seguenti dichiarazioni: «Il Mediterraneo è un mare italiano. Qualsiasi modifica futura nell’equilibrio mediterraneo deve andare a favore dell’Italia. Così come la Germania deve avere la libertà di azione verso l’Est e verso il Baltico; orientando i nostri due dinamismi in queste direzioni esattamente opposte, non si potrà mai avere un urto di interessi tra Germania ed Italia». In altri termini, secondo Hitler, i Paesi arabi sotto controllo francese e inglese quasi nella loro totalità facevano parte della sfera di influenza dell’Italia che, per alcuni di questi Stati, ritenuti politicamente più maturi, come l’Egitto, prevedeva l’indipendenza a breve termine.

Sull’Iraq Roma e Berlino nutrivano idee diverse in quanto i tedeschi tendevano a non considerarlo parte dell’area mediterranea e in questa loro pretesa erano, almeno in parte, sostenuti da Rashîd ‘Alî al-Gailânî. L’ex Primo ministro iracheno, a loro più vicino, auspicava infatti la liberazione del Medio Oriente attraverso la marcia delle forze germaniche dal Caucaso verso sud. Il Gran muftî di Gerusalemme sperava, invece, che lo stesso obiettivo fosse conseguito con la liberazione dell’Egitto attraverso l’avanzata verso est delle forze italo-tedesche. Quanto al Giappone, avrebbe anch’esso rivendicato una propria area d’influenza, sull’India, il Pakistan e forse l’Iran, scontrandosi in quest’ultimo caso con le pretese germaniche.

 

 

D: Nel secondo dopoguerra l’Italia, con Enrico Mattei si può dire, con una forzatura al pensiero di  Von Clausewitz, «utilizzò l’economia per proseguire la guerra con altri mezzi», riuscendo in breve tempo a diventare un punto di riferimento per quanti nel Vicino Oriente mal sopportavano la dominazione coloniale delle grandi corporation petrolifere anglo-americane; poi per parecchio tempo non abbandonò una politica di buon vicinato con le nazioni del Mediterraneo e di simpatia per la causa palestinese, culminata con l’episodio di Sigonella durante il governo Craxi. Lei che pensa al riguardo?

 

R: Ritengo apprezzabile l’obiettivo di Mattei di rompere l’oligopolio delle Sette Sorelle che allora dominavano l’industria petrolifera mondiale e l’introduzione del principio per il quale i Paesi proprietari delle riserve dovevano ricevere il 75 per cento dei profitti derivanti dallo sfruttamento dei giacimenti.

Quanto a Craxi, credo che abbia fatto bene a rivendicare il diritto alla lotta armata del movimento di liberazione del popolo palestinese, paragonandolo a quella del nostro Risorgimento. Il 10 settembre del 1985 un aereo egiziano che trasportava Abû Abbâs, esponente dell’OLP, un suo aiutante e i quattro dirottatori della nave da crociera italiana Achille Lauro, fu intercettato da aerei americani e costretto ad atterrare sulla base di Sigonella, in Sicilia. Craxi rifiutò di consegnare agli USA i sequestratori palestinesi della nave, affermando che i reati erano stati commessi sul territorio italiano e, quindi, competeva all’Italia perseguire i reati.

I nostri militari di Sigonella si opposero pertanto, con le armi, ai reparti speciali statunitensi, dando prova concreta della sovranità italiana nei propri confini. Il 6 novembre 1985, alla Camera dei Deputati, il presidente del Consiglio Craxi riferì sulla politica estera del governo. Il leader del PSI rivendicò, pur contestandone l’efficacia, il diritto dei palestinesi a condurre una lotta armata di liberazione nazionale dall’occupazione straniera, citando anche il «padre della patria» Giuseppe Mazzini. In aula si scatenarono i deputati filoamericani: La Malfa s’innervosì, Filippo Berselli, futuro senatore di AN, non volle fargli finire il discorso; facce tese tra le file del MSI, in particolare quelle di Tremaglia e Fini. Sappiamo tutti che fine ha fatto Craxi. Ha pagato anche per questo, per Sigonella, per la sua politica filoaraba, per l’opposizione alla svendita dei «gioielli di famiglia» dell’economia nazionale. Oggi lui non c’è più, indicato a capro espiatorio del malaffare italiano: ma tutti quei contestatori siedono ancora nel Parlamento della nostra «Repubblica delle banane».

 

 

D: Infine, Prof. Fabei, diamo uno sguardo allo scenario odierno. Il Vicino Oriente non trova pace, troppi sono gli interessi in gioco, dalle fonti energetiche al controllo di un importante spazio geopolitico che fa parte dell’Eurasia, senza contare la sempre strisciante guerra tra Israele e i vicini  arabi e iraniani. Secondo lei qual è il ruolo che l’Europa, se non fosse occupata militarmente dagli Stati Uniti, avrebbe potuto giocare fino a oggi e le prospettive future in tal senso?

Noi italiani in primis, ma anche gli altri, dipendiamo dalle forniture di greggio arabo e  iraniano (che però sarà sotto embargo dal luglio di quest’anno), e una linea in politica estera come quella attuale del «governo tecnico» di Monti & Co. ci sta invece precipitando di fatto sempre più nel ruolo di sudditi degli Stati Uniti, facendoci perdere del tutto quel residuo di simpatie e possibilità d’investimenti che ancora godevamo tra gli arabi e gli iraniani.

Lei, da  storico, ci insegna che la «Storia è maestra di vita» o dovrebbe esserlo; che consiglio darebbe a chiunque si accingesse a governare l’Italia tenendo conto dei nostri interessi nazionali?

 

R: L’Europa, tutta quanta l’Europa, dalla fine della Seconda guerra mondiale, ha perso il ruolo che aveva avuto in precedenza. Al momento mi pare che manchi di un’identità culturale e politica e di un’autonomia, anche economica e finanziaria, tali da permetterle di svolgere in modo equo e responsabile la funzione di «ponte» tra l’Oriente e l’Occidente.

Per quanto riguarda l’embargo all’Iran, sentendone parlare provo la sensazione di uno straniamento anacronistico. Mi sembra di assistere a provvedimenti che avevano, forse, un senso trenta o quarant’anni fa. Probabilmente è un automatismo delle cancellerie occidentali che, chiamate a punire un Paese petrolifero, costrette a chiedersi cosa debbano fare, trovano risposta in un bell’embargo.

Il mercato petrolifero è ormai da molto tempo diventato del venditore, sia per il calo delle riserve e i costi di estrazione crescenti, sia per l’avvento di grossi competitors nell’acquisto della materia prima, Cina e India. Pensare di punire un produttore smettendo di comprare il suo petrolio credo sia una sciocchezza che si ritorce solo contro chi la compie. È, mi si permetta la banalità dell’esempio, come avere un’infezione da debellare e non acquistare gli antibiotici per far dispetto al farmacista che magari ci è antipatico.

I vertici della Repubblica islamica dell’Iran, che fornisce quotidianamente all’Europa, e prima di tutto al nostro Paese, 500.000 barili di petrolio, hanno annunciato l’intenzione di vendere il proprio greggio ai molti altri compratori che bussano alle loro porte. La realtà è cambiata rispetto al 1980. L’allarme è stato poi sospeso: Teheran ha convocato gli ambasciatori, dicendo di provare pena per la nostra ondata di gelo e quindi di non avere proprio il coraggio di privarci dell’energia in questi giorni. Bella figura da stupidi abbiamo fatto! Intanto, però, la minaccia incombe ed è giunta forte e chiara.

Qualcuno ha la tentazione di dare la colpa agli americani e alle loro fisime con gli «Stati canaglia». Il fatto è, però, che noi non siamo americani e l’embargo lo abbiamo firmato noi con le mani nostre, nella consapevolezza che saremmo stati i soli a pagarne le conseguenze. Quindi con chi prendercela?

Credo che la via diplomatica sia l’unica percorribile, negli interessi sia dell’Occidente sia dell’Iran. Le sanzioni e le guerre difficilmente risolvono i problemi, mentre impongono un prezzo spesso molto alto alla popolazione. Il risultato poi è quasi sempre quello di rafforzare la parte aggredita.

In merito alla domanda su quale consiglio darei a chiunque si accingesse a governare l’Italia tenendo conto dei nostri interessi nazionali, le rispondo che lo inviterei a prestare maggiore attenzione nei confronti di una disciplina che, oltre a far comprendere il passato, dovrebbe aiutare a leggere e interpretare anche il presente, nell’interesse della propria comunità. Sosteneva Cicerone che chiunque non fosse a conoscenza del proprio passato non avesse alcun futuro davanti a sé.

 

Stefano Fabei, nato a Passignano sul Trasimeno nel 1960, laureato in Lettere moderne, insegna a Perugia. Suoi saggi sono apparsi su «Studi Piacentini» e «Treccani Scuola». Collabora a «I sentieri della ricerca», «Eurasia» e «Nuova Storia Contemporanea». Ha pubblicato: La politica maghrebina del Terzo Reich(Edizioni all’insegna del Veltro, Parma 1988), Guerra Santa nel Golfo (Edizioni all’insegna del Veltro, Parma 1990), Guerra e proletariato (Società Editrice Barbarossa, Milano 1996), Il Reich e l’Afghanistan (Edizioni all’insegna del Veltro, Parma 2002).

 

Tra le sue opere recenti: Il fascio, la svastica e la mezzaluna (Mursia, Milano 2002) tradotto in francese (Le faisceau, la croix gammée et le croissant, Akribeia 2005), Una vita per la Palestina. Storia del Gran Mufti di Gerusalemme (Mursia, Milano 2003), Mussolini e la resistenza palestinese (Mursia, Milano 2005), Les arabes de France sous le drapeau du Reich (Ars Magna, 2005), I cetnici nella Seconda guerra mondiale(L.E.G., Gorizia 2006), Carmelo Borg Pisani. Eroe o traditore? (Lo Scarabeo, Bologna 2007), La «legione straniera» di Mussolini (Mursia, Milano 2008), Operazione Barbarossa (Mursia, Milano 2010), I neri e i rossi. Tentativi di conciliazione tra fascisti e socialisti nella repubblica di Mussolini (Mursia, Milano 2011).

 

FONTE:http://europeanphoenix.com/it/component/content/article/18-interviste/322-vicino-oriente-ed-europa-unalleanza-possibile-intervista-allo-storico-s-fabei

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Siria, la linea del fronte

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In seguito all’abbattimento del caccia turco da parte della contraerea siriana, la Turchia si è appellata all’articolo 4 della NATO, il quale stabilisce che «Ciascun alleato può chiedere consultazioni quando ritiene minacciata la sua integrità territoriale, la sua indipendenza politica o la sua sicurezza»[1]. Tali “consultazioni” mirano con tutta evidenza a mettere in atto le contromisure conformi all’articolo 5, secondo cui un attacco diretto contro un paese membro va considerato come un’aggressione all’intera alleanza.

Il ministro degli esteri turco Ahmet Davutoglu ha riconosciuto che il velivolo aveva violato lo spazio aereo siriano, prima di venire abbattuto dalla potente contraerea di cui dispone Bashar al-Assad.

Qualcosa di analogo accadde nel 1962, in piena crisi missilistica, quando un aereo da ricognizione U-2 prodotto dalla Lockheed Martin venne abbattuto mentre sorvolava Cuba. Allora il presidente John Fitzgerald Kennedy incassò il colpo malgrado i vertici delle forze armate ritenessero l’evento sufficiente per giustificare l’aggressione che, dopo il fallimento della Baia dei Porci, avrebbe provocato la definitiva rimozione di Fidel Castro dal “cortile di casa” di Washington.

Fare in modo che aerei militari sorvolino senza autorizzazione i cieli dei paesi che si trovano nell’occhio del ciclone costituisce il più elementare atto di provocazione, finalizzato a suscitare una reazione che funga da perfetto casus belli. In passato, di tale metodo operativo si sono avvalsi in maniera massiccia gli Stati Uniti, che fin dal 1898 intrapresero una peculiare campagna di azioni provocatorie e veri e propri auto-attentati volta a legittimare l’ingresso americano nei vari conflitti mondiali. Un filo rosso che, dalla detonazione che fece colare a picco la nave Maine – alla base della dichiarazione di guerra nei confronti della Spagna – passando per l’affondamento del transatlantico Lusitania da parte degli U-Boot tedeschi – che motivò l’entrata degli Stati Uniti nella Prima Guerra Mondiale – conduce all’incidente del Golfo del Tonkino – che determinò la Guerra del Vietnam.

Scegliendo di far violare lo spazio aereo siriano nel momento in cui la campagna eversiva nei confronti del paese è ai suoi massimi livelli, la Turchia si colloca palesemente sulla scia statunitense.

L’obiettivo perseguito dall’esecutivo turco guidato da Recep Tayyp Erdogan è quello di imporre Ankara quale perno dell’intera galassia dell’Islam sunnita, nell’ambito di un progetto pan-islamico che, attraverso il sostegno alle cosiddette “primavere arabe”, mira a promuovere il consolidamento dell’Islam politico nell’intera area geografica che si estende dal Marocco alla Penisola Arabica.

L’architetto di questo progetto è Fethullah Gulen, uno studioso musulmano che dalla sua residenza in Pennsylvania è in grado di esercitare una notevole influenza sulle scelte politiche del governo guidato dal primo ministro Recep Tayyp Erdogan. Il timore della deriva islamista auspicata da Gulen ha allarmato le forze armate – che fin dal 1952 (anno dell’adesione turca alla NATO) hanno garantito atlantismo e laicità dello Stato – e costituisce la ragione fondamentale che sta alla base del fallito colpo di Stato del febbraio 2010, che portò all’incarcerazione dell’ex generale Iker Basbug, del capo di stato maggiore dell’esercito Ergin Saygun, del Capo di Stato Maggiore dell’aeronautica Ibrahim Firtina e del Capo di Stato Maggiore della marina Ozden Ornek. Tutti gli alti ufficiali in questioni erano connessi alla potente ed oscura setta kemalista Ergenekon, il pensatoio in cui vengono escogitati i piani “Martello” e “Gabbia”. Dalle indagini condotte su questa organizzazione emersero prove schiaccianti in relazione al coinvolgimento di generali in pensione, ammiragli in servizio e ufficiali di vario grado intenti a pianificare attentati (a moschee e monumenti in tutta la Turchia) e persino l’abbattimento di aerei civili. E probabile che Ergenekon costituisca il fondamento della lunga catena di colpi di Stato che per decenni hanno determinato la linea politica turca.

La preoccupazione delle forze armate è dovuta anche all’acredine “di facciata” nei ostentata da Erdogan confronti di Israele, specialmente per quanto riguarda la condotta tenuta dallo Stato ebraico nei confronti del popolo palestinese. Al World Economic Forum di Davos del 2009, Erdogan stigmatizzò pubblicamente il presidente israeliano Shimon Peres per l’efferatezza dell’operazione “Piombo Fuso” sferrata contro la Striscia di Gaza nel dicembre del 2008 e un anno dopo l’assalto al convoglio Freedom Flotilla provocò l’espulsione dell’ambasciatore israeliano e la sospensione dei contratti militari. Sul piano pratico, tuttavia, la Turchia ha ben presto riattivato tali contratti e mantenuto le relazioni diplomatiche con lo Stato ebraico, alla luce di una convergenza di intenti che trova nella destabilizzazione della Siria il principale fattore di comunanza.

I progetti eversivi nei confronti della Siria orchestrati da Ankara mal si sposano con la dottrina geopolitica propugnata da Davutoglu, che individua l’avere “zero problemi coi vicini” quale obiettivo strategico fondamentale. In conformità a tale obiettivo, la Turchia aveva intensificato in maniera consistente le relazioni con la Russia (l’interscambio supera i 9 miliardi di euro) e riallacciato i rapporti con la Siria, per poi rinnegare il tutto ospitando il Consiglio Nazionale Transitorio siriano e supportando, sia economicamente che logisticamente, le frange eversive che penetrano in Siria dalla Libia, dal Libano e dall’intera galassia sunnita.

Se la Turchia cavalca la “tigre islamica” appoggiando le fazioni terroristiche che intendono rovesciare il governo di Damasco, la destabilizzazione della Siria rappresenta altresì un tassello fondamentale della strategia implementata dall’attuale governo israeliano, i cui obiettivi sono espressamente indicati nel Clean Break (un documento redatto nel 1996 da un gruppo di influenti analisti statunitensi come Richard Perle, David Wurmser, James Colbert, Douglas Faith, ecc. che entrarono poi a far parte del governo guidato da George Bush junior): rendere sicuro il confine settentrionale di Israele ed instaurare una strategia fondata sulla potenza militare. All’interno di tale documento si legge, infatti, che «La Siria sfida Israele sul suolo libanese. Un approccio efficace, con cui gli americani potrebbero simpatizzare, prevede che Israele acquisisca l’iniziativa strategica lungo i suoi confini settentrionali impegnando Hezbollah, Siria e Iran»[2]. Colpire le infrastrutture del Libano costituisce un aspetto essenziale di questo progetto, così come «Distogliere l’attenzione di Damasco facendo leva su elementi dell’opposizione libanese per intaccare il controllo siriano del Libano»[3].

In base alle direttive contenute in tale documento, Benjamin Netanyahu e Ariel Sharon intrapresero una politica estremamente muscolare incardinata sul concetto di “pace attraverso la forza”, che esclude aprioristicamente dal novero delle possibilità – pur assai flebili – la restituzione dei territori occupati e la distensione dei rapporti con le autorità palestinesi. La svolta ambita da Tel Aviv sarebbe dovuta scaturire dall’avvicinamento simbiotico di Israele agli Stati Uniti, dall’incremento della capacità persuasoria dell’Israel lobby e dall’imposizione di un nuovo “nomos della terra” in grado di legittimare eventuali interventi militari israeliani nella regione. L’obiettivo fondamentale rimase però quello, perseguito con ostinazione anche da Yitzhak Rabin e da Shimon Peres, di promuovere la formazione di un’alleanza strategica tra Israele, Turchia, Giordania ed Iraq finalizzata a isolare l’Iran e ad accerchiare la Siria in modo da sottrarre il Libano all’influenza di Damasco.

Non è quindi un caso che proprio nel 1996 (anno della pubblicazione del Clean Break) Israele scatenò l’operazione “Grapes of Wrath”, comprendente una serie di bombardamenti a tappeto sulle città di Balbek e Tiro che provocarono la morte di numerosi civili oltre alla distruzione di case e infrastrutture. Il massiccio dispiegamento di forze disposto dal governo di Tel Aviv non si rivelò tuttavia sufficiente a sconfiggere la resistenza libanese guidata da Hezbollah, i cui miliziani, appresa la grande lezione di Sun Tzu – conoscere il nemico – e pertanto consci delle tattiche operative israeliane, anticiparono le mosse di Tsahal (l’esercito israeliano) e inflissero forti perdite mediante sofisticate tecniche di guerriglia.

Con l’ascesa di George Bush junior la politica estera condotta dagli Stati Uniti – già estremamente sbilanciata in senso filo-israeliano sotto l’egida di Bill Clinton – slittò ulteriormente in favore di Israele, contestualmente ai piani ideati dai principali esponenti del Project for a New American Century. Il fatto che un numero esorbitante di neoconservatori – Elliot Abrams, William ed Irving Kristol, Robert Kagan, John e Norman Podhoretz tanto per citarne disordinatamente alcuni – vanti origini ebraiche influì poi in maniera sensibile sull’evoluzione dei rapporti degli Stati Uniti con Israele.

Il famigerato Greater Middle East Project elaborato da questi analisti era visibilmente incardinato sui principi espressi nel Quadrennial Defense Review Report pubblicato nel settembre 2001 (e quindi escogitato ben prima dell’11 settembre 2001). «Le armate statunitensi – si legge all’interno del documento – devono garantire l’imposizione, sotto la supervisione del presidente, dei piani statunitensi a qualsiasi avversario, a prescindere dal suo status di Nazione o di entità non-nazionale, rovesciare il regime di uno Stato nemico od occupare un territorio straniero finché le finalità strategiche statunitensi non si state raggiunte»[4].

Sotto l’egida di Bush junior, gli Stati Uniti implementarono il Greater Middle East Project in conformità ai principi stabiliti all’interno del Quadrennial Defense Review Report, dapprima rinsaldando l’asse Washington-Tel Aviv in chiave anti-palestinese, in modo di concorrere all’affermazione di Israele al rango di potenza egemone della regione. Successivamente, riversarono benzina sul focolaio libanese promuovendo ed incoraggiando la sommossa anti-siriana scaturita dall’enigmatico attentato, datato 14 febbraio 2005 ed istantaneamente attribuito a Damasco – per via della vicinanza tra Bashar al-Assad e il presidente libanese Emile Lahoud (fresco beneficiario di un emendamento costituzionale atto a prolungarne il mandato di tre anni) – che stroncò la vita del popolarissimo Rafik Hariri, dimessosi da poco dall’incarico di primo ministro in segno di protesta contro la svolta filo-siriana imboccata dal proprio paese. La rivolta, prontamente ribattezzata come Rivoluzione dei Cedri, sortì il duplice risultato di costringere Bashar al-Assad a cedere alle fortissime pressioni statunitensi, dichiarando la fine del protettorato siriano sul Libano e l’imminente ritiro delle proprie forze armate dal territorio libanese.

La Rivoluzione dei Cedri, coronata dall’ascesa di Siniora, seguì il medesimo schema – ispirato alle linee guida indicate dal filosofo Gene Sharp nel manuale che porta in suo nome e messo in atto attraverso il consueto nugolo di Organizzazioni Non Governative fianziate dal governo statunitense, dal Congresso e dal magnate George Soros – delle tante rivoluzioni colorate sorte nei paesi vicini alla Russia (Georgia, Ucraina, Kirghizistan) e, costringendo Assad a ritirare le proprie truppe dal territorio libanese, consentì ai gruppi wahhabiti e salafiti di riemergere e di approntare l’auspicata “guerra santa” combattuta a colpi di guerriglia e predicazione settaria. Questi movimenti si installarono nel nord del Libano, dove la maggioranza è sunnita, e nei campi palestinesi, approfittando delle divisioni politiche e della debolezza militare delle organizzazioni palestinesi. I jihadisti più attivi appartengono ai gruppi Sir El Dinniyeh, Fatah al-Islam, Jounoud al-Cham ed Ousbat al-Ansar e nel corso dell’intero mandato di Siniora effettuarono, indisturbati, numerose incursioni violente contro tutti i sostenitori del regime di Bashar al-Assad, come le popolazioni sciite o i militanti di Hezbollah. Alcuni di questi movimenti giunsero a varcare il confine siriano per bersagliare le truppe del governo baathista sul loro stesso territorio.

Non appena il ritiro delle forze siriane venne completato, Israele sferrò la poderosa offensiva contro il Libano meridionale volta a sradicare definitivamente Hezbollah, in modo da «Rendere sicuro il confine settentrionale», come prescrive il Clean Break. Sotto il sole bruciante dell’estate 2006, l’esercito israeliano rimase impantanato nelle sabbie mobili libanesi per via della strenua resistenza opposta da Hezbollah, che compromise ogni tentativo di invasione grazie anche al supporto siriano e, soprattutto, ad quantità considerevole di armi di fabbricazione iraniana di cui tanto la CIA quanto il Mossad ignoravano l’esistenza.

La vittoria di Hezbollah evidenziò la connivente passività del governo collaborazionista guidato da Siniora, che finì per perdere rapidamente tutti i vantaggi che aveva precedentemente ottenuto, giungendo perfino a sciogliere la Corte Costituzionale che l’avrebbe probabilmente dichiarato decaduto alla luce del palese dissolvimento del bacino elettorale che ne aveva decretato il trionfo solo pochi mesi prima. L’appoggio alla resistenza libanese fornito dalla Siria ebbe inoltre l’inaspettata funzione di provocare un drastico ripensamento da parte del carismatico generale cristiano-maronita Michel Aoun, il quale ripudiò il proprio passato di fervente oppositore della Siria per schierarsi con il potente movimento sciita di Hezbollah, istituendo in tal modo una coalizione nazionalista filo-siriana forte di un vastissimo appoggio popolare e assai invisa a Stati Uniti ed Israele. Il segretario generale di Hezbollah, Hassan Nasrallah, affermò «Non abbiamo fiducia di questo governo che risponde alle decisioni e ai desideri dell’amministrazione americana. Manifestiamo per ottenere la caduta del governo illegittimo e anti-costituzionale, il governo di Feltman»[5], riferendosi a Jeffrey Feltman, colui il quale ricopriva l’incarico di assistente al segretario di stato per il Medio Oriente.

Mentre il governo Siniora scricchiolava sotto il peso di numerose e clamorose inadeguatezze, si verificò l’enigmatico omicidio di Pierre jr. Gemayel, un uomo politico dal basso profilo ma dall’altisonante cognome (discendente dell’omonimo Pierre Gemayel, fondatore del Partito Falangista Cristiano, i cui miliziani si erano resi responsabili dello spaventoso eccidio di palestinesi radunati nei campi profughi di Sabra e Chatila nel settembre del 1982, in seguito all’assassinio di Bashir Gemayel), in grado di suscitare le più irrazionali pulsioni in seno alla nutrita e turbolenta componente cristiana del Libano. La sua conclamata ostilità nei confronti della Siria orientò ancora una volta i sospetti sul governo di Damasco, cosa che avrebbe potuto spezzare l’intesa tra sciiti e cristiani venutasi da poco a creare. A suffragare la validità di questa pista va annoverato il fatto che il capo dei drusi Walid Jumblat, nel corso di una visita a Washington, sia stato il destinatario di massicce forniture di armi finalizzate alla formazione di un valido contrappeso militare alle soverchianti forze di Hezbollah.

La tenuta dell’alleanza tra Nasrallah e Aoun scompaginò i piani architettati da Stati Uniti ed Israele, ma la caduta di Siniora e il fallimento della Rivoluzione dei Cedri favorirono l’ascesa del candidato filo-occidentale e filo-saudita Saad Hariri (il figlio del presidente assassinato), il quale si oppose, dietro il pungolo statunitense ed israeliano, alle pressioni esercitate da Nasrallah e Aoun relative alla formazione di un fronte compatto di difesa dei membri di Hezbollah accusati dal Tribunale Speciale per il Libano (TSL) – istituito dalle Nazioni Unite e finanziato direttamente con fondi statunitensi –  di aver organizzato ed eseguito l’attentato a Rafik Hariri. La posizione assunta da Saad Hariri provocò le dimissioni di ben 11 ministri sciiti e cristiani e la conseguente caduta del governo di unità nazionale. Il fatto che l’incriminazione “a orologeria” degli esponenti del Partito di Dio sia stata inoltrata dalla procura del TSL – che rappresenta la continuazione giudiziaria della guerra – autorità giudiziarie libanesi proprio mentre il nuovo governo sorretto dal blocco “8 marzo”, che riunisce Hezbollah e il Partito Patriottico di Michel Aoun, andava insediandosi getta un’ombra fosca sulla futura stabilita del Libano, che rappresenta la sintesi micropolitica di tutte le tensioni che agitano l’intero scenario del Vicino e Medio Oriente.

L’obiettivo non dichiarato perseguito dagli Stati Uniti era quello di creare le condizioni feconde affinché la polveriera libanese potesse ancora una volta incendiarsi, in una guerra fratricida (sul modello iracheno) tra sciiti, sunniti, cristiani e drusi confacente agli interessi statunitensi ed israeliani. Questa geopolitica del caos messa in atto da Washington e Tel Aviv era ed è tuttora volta a rompere definitivamente il legame che salda Damasco con Beirut, e che costituisce una minaccia di prim’ordine per la realizzazione degli ambiziosi disegni escogitati dagli alti esponenti del movimento sionista. La convergenza di interessi tra Stati Uniti ed Israele a questo riguardo appare in tutta evidenza, nonostante i rapporti tra Benjamin Netanyahu e Barack Obama siano ben più tiepidi rispetto a quelli instaurati con George Bush junior.

La Rivoluzione dei Cedri, fiorita sul cadavere di Rafik Hariri, e l’aggressione israeliana al Libano trovano quindi una perfetta collocazione strategica alla luce degli obiettivi indicati all’interno del Clean Break. L’obiettivo finale di questo ambizioso progetto era e rimane chiaramente quello di disarticolare il fronte nemico, rompendo l’alleanza tra Beirut, Damasco e Teheran all’altezza della Siria, attraverso il riciclo del “modello salvadoregno” elaborato negli anni ’80 sotto la supervisione di John Negroponte, che aveva favorito la proliferazione di numerosi squadroni della morte capaci di disseminare di stragi gran parte dell’America centrale (Honduras, Nicaragua, Salvador).

Il nodo cruciale dell’intera vicenda viene tuttavia indicato dall’ex direttore del Mossad Efraim Halevy, il quale osserva che «Assad deve dimettersi. Ma per Israele, la questione cruciale non è se cade, ma se la presenza iraniana in Siria sopravviverà al suo governo. Recidere il laccio che lega l’Iran alla Siria è essenziale per la sicurezza di Israele. E il rovesciamento di Assad deve comportare tassativamente la fine dell’egemonia iraniana sulla Siria. Il mancato raggiungimento di questo vitale obiettivo priverebbe la caduta di Assad di ogni significato»[6]. Per questa ragione, «Con la caduta del regime l’intero equilibrio delle forze nella regione subirebbe un cambiamento epocale. Il terrorismo supportato dall’Iran verrebbe visibilmente contenuto; Hezbollah perderebbe il suo fondamentale canale siriano verso l’Iran e il Libano potrebbe tornare ad una normalità a lungo dimenticata, i combattenti di Hamas a Gaza si vedrebbero costretti a pianificare un futuro senza armi ed addestramento iraniani; e i cittadini iraniani potrebbero, una volta ancora, sollevarsi contro il regime che ha inflitto loro tali dolori e tante sofferenze».

Al netto della consueta retorica a buon mercato, il nocciolo della questione sollevata da Halevy emerge con estrema chiarezza. Per appoggiare le posizioni oltranziste assunte dai più ferventi interventisti, Israele deve prima assicurarsi che la caduta del regime di Bashar al-Assad comporti la rottura del legame che unisce Damasco a Beirut. Ciò provocherebbe il conseguente isolamento di Hezbollah, capitalizzato il quale Tel Aviv potrebbe tentare ancora una volta di regolare i conti con la resistenza libanese. L’Iran subirebbe un forte indebolimento dovuto alla brusca limitazione della propria egemonia areale e gli Stati Uniti potrebbero dedicarsi alla messa in atto del “Piano Biden”, che prevede la balcanizzazione dell’Iraq in tre entità (una sciita, una sunnita e una curda) che lascino le cospicue minoranze residue in balia di un settarismo istituzionalizzato.

La tenuta dell’alleanza sciita potrebbe, viceversa, cementare l’unità irachena garantita dal governo alleato guidato dal premier sciita Nouri al-Maliki, che Stati Uniti, Israele e petro-monarchie del Golfo cercano invece  di indebolire attraverso il sostegno al vicepresidente sunnita Tariq al-Hashemi su cui pende un mandato di arresto per supporto al terrorismo emesso dall’Interpool su richiesta delle autorità di Bagdad.

A questo proposito, l’analista Mahdi Darius Nazemroaya sottolinea che «Se l’Iraq si allineasse completamente con Teheran e Damasco, allora la Turchia si vedrebbe costretta a cambiare la propria posizione. Il commercio turco subirebbe un forte rallentamento e andrebbe a formarsi una saldatura intorno alla Turchia che va dall’Iran all’Iraq alla Siria. Ciò potrebbe tagliare le rotte terrestri che collegano la Turchia con il Nord Africa, la Giordania, la Penisola Arabica, l’Asia centrale, il Pakistan, l’India e l’Asia orientale. Insieme all’Armenia, Teheran, Baghdad e Damasco potrebbero erigere un muro intorno alla Turchia. Le uniche frontiere aperte verso la Turchia sarebbero la Grecia, la Bulgaria e la Georgia, che potrebbe essere tagliata fuori dalla Federazione Russa»[7].

Il fatto che l’Iraq sembri destinato a compiere questo allineamento, aderendo al cosiddetto “asse della resistenza”, spinge gli Stati Uniti ed Israele ad accelerare i tempi per l’implementazione dell’ambizioso progetto di contrasto al fronte della resistenza, in cui le monarchie riunite del Consiglio per la Cooperazione del Golfo sono chiamate a svolgere il “lavoro sporco” come il “procurato” voltafaccia di Hamas.

I primi segnali di svolta da parte di Hamas si materializzarono nell’ottobre 2011, quando il governo israeliano accettò di scarcerare qualcosa come 1.027 prigionieri palestinesi in cambio del caporale di Tsahal Gilad Shalit, in ostaggio dal 2006. Ciò accadde nonostante Khaled Meshaal, uno dei principali esponenti di Hamas, abbia precedentemente fornito numerose rassicurazioni relative al fatto che nessun accordo con le autorità di Tel Aviv sarebbe stato raggiunto qualora il rilascio del popolarissimo Marwan Barghouti, il più alto rappresentante del braccio armato di al-Fatah che sconta cinque ergastoli e che da anni esorta i propri compatrioti alla resistenza armata contro Israele, non figurasse tra le condizioni fondamentali. Il fatto che Barghouti rimanga recluso nelle carceri israeliane e che gran parte dei palestinesi scambiati con Shalit militassero tra le fila di Hamas è assai eloquente rispetto all’intera faccenda. A comprovare la svolta intrapresa da Hamas, si verifica poi la repentina distensione con la Giordania (alleata degli Stati Uniti), che porta all’archiviazione dell’immane massacro di rifugiati palestinesi (il famoso “Settembre Nero”) ordinato da Re Hussein nel 1970, nel corso della visita di Meshaal presso la corte reale di Amman grazie alla mediazione del Principe ereditario del Qatar.

Verso l’inizio di marzo, l’aviazione israeliana compì l’ennesima serie di raid sulla striscia di Gaza provocando la morte di 14 miliziani palestinesi appartenenti alle fila della Jihad islamica e dei Comitati di Resistenza Popolare Zuhir al-Qaisi. Significativamente, gli obiettivi principali dell’attacco non erano più i membri dell’unica forza capace di esercitare un controllo diretto sul territorio, ovvero Hamas, ma i miliziani aderenti a gruppi armati di minore rilevanza. Conducendo in porto la trattativa relativa al rilascio del soldato Shalit nel mese di ottobre, peraltro, Netanyahu riconobbe esplicitamente credibilità ad Hamas. E lo fece poche settimane dopo che Abu Mazen avesse inoltrato alle Nazioni Unite la richiesta relativa al riconoscimento della Palestina entro i confini del 1967 (violati da Israele nel corso della Guerra dei Sei Giorni). Questo tassello costituisce pertanto una parte integrante della pluridecennale strategia israeliana orientata a scongiurare l’internazionalizzazione di quella che viene eufemisticamente definita “questione palestinese”, in vista del suo contenimento entro lo squilibrato ambito bilaterale garantito dalla faziosa supervisione statunitense.

Lo scambio di prigionieri concordato tra Israele ed Hamas potrebbe essere considerato l’altra faccia (diplomatica) della medaglia rispetto all’operazione “Piombo Fuso” sferrata il 27 dicembre 2008, poiché l’obiettivo strategico comune ad entrambe consiste nell’indebolimento dell’alleanza tra al-Fatah (che controlla la Cisgiordania) ed Hamas (che controlla la striscia di Gaza e che, va ricordato, nacque con il sostegno diretto di Israele che intendeva indebolire i nazionalisti, i quali facevano capo a Yasser Arafat), al fine di dividere i palestinesi per evitare la formazione di una solida e compatta classe dirigente.

Nel caso specifico, l’inedita convergenza di intenti, in senso anti-ghddafiano e anti-baathista, venutasi a creare tra l’Emirato del Qatar (sunnita), la potente Fratellanza Musulmana (sunnita) di Egitto, Siria, Giordania e Tunisia, ed Hamas (sunnita, ispirato alla Fratellanza Musulmana ma alleato storico della Siria di Bashar al-Assad e degli sciiti di Hezbollah) si staglia sullo sfondo di un maestoso rimescolamento di carte orchestrato dagli Stati Uniti. Attraverso la strumentalizzazione (e la manipolazione) delle rivolte che hanno scosso il Maghreb e il Vicino e Medio Oriente, Washington ha modo di capitalizzare un avvicendamento al vertice dell’intera galassia araba tra gli uscenti referenti storici interni alla Lega Araba e le petro-monarchie sunnite del Golfo Persico (Arabia Saudita, Kuwait, Qatar, Emirati Arabi Uniti, Bahrein ed Oman) riunite nel Consiglio di Cooperazione del Golfo. Con la caduta di Hosni Mubarak queste monarchie sunnite hanno acquisito, assieme alla Fratellanza Musulmana, un notevole peso geostrategico. Ciò ha portato gli Stati Uniti ad assegnare all’Emiro al-Thani, a Re Abdullah e – pur in netto subordine – al telepredicatore Yousuf al-Qaradawi (le cui fatwe hanno preso di mira sia Muhammar Gheddafi sia Bashar al-Assad), un ruolo fondamentale nell’ambito del piano che mira all’isolamento del regime siriano in carica e, più in generale, al contrasto dell’avanzata sciita incardinata sulla Repubblica Islamica dell’Iran.

L’opposizione tra l’“asse della resistenza” e le petro-monarchie del Golfo si configura come uno scontro colossale interno all’intera galassia araba tra gli eredi del nazionalismo e del socialismo da un lato e i regimi islamici più reazionari dall’altro. I regimi laici che hanno preso spunto dalle teorie di Michel Aflaq, dall’esperienza storica di Jamal Nasser e dei regimi socialisti di impronta nazionalista o marxista hanno elaborato piani strategici finalizzati a garantire un’autonomia nazionale – sia politica che economica – fondata sul controllo diretto delle ricchezze nazionali da parte dello Stato, in modo da mantenere tassi ridotti di sfruttamento dei giacimenti petroliferi e gasiferi. Il loro obiettivo era quello di calmierare l’offerta internazionale per ottenere elevati profitti dalla vendita del greggio agli importatori occidentali. In questo modo avrebbero accumulato fondi sufficienti da investire in processi di scolarizzazione e di ammodernamento delle infrastrutture che avrebbero garantito la formazione di sistemi economici non completamente dipendenti dalla vendita degli idrocarburi.

Le monarchie del Golfo Persico hanno invece rinunciato alle loro sovranità nazionali in ottemperanza ad un particolare rapporto geopolitico che le vincola alla subordinazione all’apparato finanziario anglo-americano. Ciò impegna Arabia Saudita, Kuwait, Qatar, Emirati Arabi Uniti, Oman e Bahrein ad interpretare una politica energetica di segno opposto a quella propugnata dai governi nazionalisti e socialisti. I petro-monarchi non ambiscono ad affrancarsi dal ruolo di vassalli, ma si limitano ad assecondare le necessità geostrategiche statunitensi mantenendo alti i livelli di sfruttamento dei giacimenti di cui dispongono in cambio di ingenti profitti che vengono poi investiti in azioni quotate alle Borse di Londra e New York. Questo processo a ciclo continuo salda il legame delle petro-monarchie con il capitale occidentale, garantisce ai vari Re, Emiri e Sceicchi di accumulare ricchezze incalcolabili e mette ai ripari i loro sistemi feudali dalle brame “umanitarie” che hanno provocato la devastazione di paesi renitenti a rinunciare alla propria sovranità come la Libia.

Contro le varie declinazioni arabe, persiane e pakistane dei modelli socio-politici ispirati al nasserismo, al marxismo e al nazionalismo gli Stati Uniti e i loro alleati hanno intrapreso una “lunga marcia” di logoramento fin dai primi anni ‘50. Nel 1953 il primo ministro iraniano Mohammad Mossadeq, che aveva nazionalizzato le compagnie petrolifere operanti nel suo paese, fu deposto in seguito ad un colpo di Stato perpetrato da alcuni generali dell’esercito sostenuti da Stati Uniti e Gran Bretagna e rimpiazzato con il fido Shah Reza Pahlevi. Nel 1965, in Indonesia, la CIA sostenne e finanziò il golpe effettuato dal generale Suharto e dagli integralisti islamici, che pose fine alla presidenza di Sukarno, alleato della Cina di Mao Tze Tung. Sotto l’egida di Suharto, l’esercito perpetrò una sanguinosa epurazione che portò all’assassinio di oltre un milione di membri del partito comunista locale (PKI). Nel 1977 il primo ministro pakistano, il nazionalista Ali Bhutto, fu deposto (e impiccato due anni dopo) in seguito ad un colpo di Stato appoggiato dall’intelligence statunitense e messo in atto dal generale Muhammad Zia ul-Haq, che promosse l’islamizzazione della società. E’ venuto quindi il turno di Saddam Hussein nel 2003 e di Muhammar Gheddafi nel 2011.

Non è quindi un caso che la Siria si trovi attualmente al centro del mirino, assieme ai paesi membri della cintura sciita che propugnano politiche sovraniste estremamente invise agli Stati Uniti e ai loro alleati. Essa rappresenta la linea avanzata del fronte, mentre la Repubblica Islamica dell’Iran e la resistenza libanese guidata da Hezbollah costituiscono le retrovie. Il casus belli sottoposto dalla Turchia agli altri paesi membri della NATO è volto a legittimare l’opzione militare nei confronti della Siria aggirando il banco di prova rappresentato dal Consiglio di Sicurezza delle Nazioni Unite, dove Cina e Russia eserciterebbero sicuramente il diritto di veto. E’ tuttavia fortemente improbabile che la NATO decida di impegnarsi in un ulteriore conflitto, in particolare alla luce del micidiale sistema di difesa aerea (messo a punto alla Russia) di cui dispone Bashar al-Assad e della decadenza dell’Alleanza stessa. Le spese sostenute nel 2011 dai 28 stati membri della NATO ammontano a 1.038 miliardi di dollari. Una cifra equivalente al 60% della spesa militare mondiale che, integrata con altre voci di carattere militare, copre i due terzi della spesa militare planetaria. Nel corso dell’ultimo decennio, tuttavia, la spesa statunitense è passata dal 50 al 70% circa della spesa complessiva, mentre quella europea è progressivamente calata. Per questa ragione il Segretario Generale della NATO Anders Fogh Rasmussen ha evidenziato il fatto che qualora il divario di capacità militari tra le due sponde dell’Atlantico dovesse allargarsi ulteriormente, «Rischiamo di avere, a oltre vent’anni dalla caduta del Muro di Berlino, un’Europa debole e divisa»[8]. E’ quindi altamente probabile che l’ipotesi relativa all’aggressione diretta verrà accantonata in favore di un consistente rafforzamento del supporto alle fazioni ribelli, in conformità al “modello salvadoregno” già sperimentato contro la Libia di Muhammar Gheddafi, che tuttavia Hafez al-Assad dimostrò di saper gestire nel 1982, quando le forze governative schiacciarono i movimenti salafiti e diedero vita ad una vera e propria caccia all’uomo nei confronti dei Fratelli Musulmani asserragliati nella città di Hama, provocando, nella sola città di Hama, centinaia di morti. La situazione venne tuttavia normalizzata e la Siria tornò ad essere l’esempio di pacifica convivenza inter-etnica ed inter-religiosa. Per questa ragione Bashar al-Assad sembra collocarsi nel solco tracciato da suo padre Hafez, conducendo con altrettanta tenacia i movimenti responsabili della destabilizzazione siriana.

Nell’arco di pochi mesi si è delineato uno scenario di distruzioni, massacri e di desolazione generale paragonabile a quello che contraddistinse la guerra civile in Algeria degli anni ‘90. L’analogia è inoltre rafforzata dal fatto che sia la Siria che l’Algeria sono i paesi-cardine del nazionalismo arabo, accomunati dall’esser stati guidati entrambi da governi politico-militari (Hafez al-Assad in Siria e Ahmed Ben Bella in Algeria) originati dalle guerre di liberazione contro la Francia coloniale. Ma il più evidente minimo comun denominatore tra i due è costituito dalla lotta ad un terrorismo che si richiama alla medesima matrice. I jihadisti algerini erano veterani dell’Afghanistan che avevano combattuto contro le truppe sovietiche, come i jihadisti che stanno devastando la Siria sono reduci dei fronti iracheno, afghano e libico. Combattenti di numerose nazionalità, usufruendo della connivenza di Amman, ricevono armi ed addestramento militare dalle forze statunitensi e NATO presso i campi del Kosovo (con la connivenza dell’UCK di Hashim Thaci), la città turca di Hakkari e lungo i confini siriani della Giordania.

L’Algeria ha trovato un pur precario equilibrio grazie ad un processo di riconciliazione nazionale reso possibile dall’eminente figura di Ben Bella, deceduto lo scorso aprile. Difficile dire se la Siria riuscirà a fare altrettanto.

 


 

[1] NATO, testo del Trattato (Washington, 4 aprile 1949).

[2] The Institute for Advanced Strategic and Political Studies, Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm.

[3] Ibidem.

[4] Dipartimento della Difesa, Quadrennial Defense Review Report.

[5] “L’Orient le Jour”, 20 novembre 2006.

[6] “The New York Times”, 7 febbraio 2012.

[7] Mahdi Darius Nazemroaya, The American-Iranian Cold War in the Middle East and the Threat of A Broader War,

http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=28439.

[8] “Il Manifesto”, 20 maggio 2011.

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El Mediterráneo entre Eurasia y Occidente

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Quien controla el territorio costero gobierna Eurasia; quién gobierna Eurasia controla los destinos del mondo”(1). Esta célebre fórmula, propuesta por el estudioso americano Nicholas J. Spykman (1893-1943) en un libro que apareció póstumamente mientras se desarrollaba el segundo conflicto mundial, puede ayudar a comprender el significado geopolítico de la “primavera árabe”.  Recordamos que según Spykman, exponente de la escuela realista, los Estados Unidos debería concentrar su empeño sobre una área fundamental por la hegemonía mundial: se trata de aquel “territorio costero” (Rimland) que, como una larga franja semicircular, abraza el “territorio central” (el mackinderiano Heartland), comprendiendo la costa atlántica de Europa, el Mediterráneo, el Cercano y Medio Oriente, la Península India, la Asia Monzónica, las Filipinas, el Japón.

No aparece por tanto infundada una lectura de la “primavera árabe” a la luz de los criterios geoestratégicos dictaminados por Spykman, los cuales sugieren a los Estados Unidos la exigencia de mantener en un estado de desunión y perenne inestabilidad al “territorio costero”, el que también abriga a las orillas meridionales y orientales del Mediterráneo.

 

Hace más de una decena de años, un geopolítico francés había prevenido de una acción occidental dirigida para fragmentar a Libia valiéndose de mano de obra local: “sobre el plano de las viejas redes senusitas, la agitación islamista podría provocar el estallido de este país artificial y reciente.  En Cirenaica se concentran las riquezas petrolíferas, y el régimen de Gadafi irrita a ciertas capitales occidentales que no verían mal una división de Libia” (2).

 

Hoy, incluso concediendo que los movimientos de protesta y subversión en el Norte de África y en el Cercano Oriente hayan tenido un origen endógeno y un estallido imprevisto, no se puede no constatar que los Estados Unidos, después de algunas iniciales indecisiones de su Presidente, la han mirado con simpatía, patrocinado y sostenido (con la obvia excepción de la insurrección popular chiita en Bahrein, reprimida por la intervención a militar saudí).

 

Por otro lado, Obama manifestó desde el principio de su mandato la voluntad de favorecer la transición a la democracia en el mundo árabe (tal como en otras partes del mundo musulmán), a lo mejor de manera formalmente más amable con respecto de su predecesor, pero en todo caso presionando sobre los gobernadores locales para imponerles su perestroika en versión árabe.

 

Así las organizaciones “no gubernamentales” y las varias asociaciones derechohumanistas, sostenidas por la CIA y el State Department, intensificaron sus actividades, en conformidad con la recomendación que desde 1993 Samuel Huntington dirigió al gobierno americano: establecer vínculos estrechos con todos los que, al interior del mundo islámico, defienden los valores y los intereses occidentales.  El mismo “New York Times” ha reconocido que “algunos movimientos y jefes directamente comprometidos en las revueltas del 2011 en el Norte de África y en Medio Oriente (…) han recibido adiestramiento y financiaciones por parte del Internacional Republican Institute, del National Democratic Institute y del Freedom House”(3).  Esta última organización, en particular, en el 2010 acogió en los EE.UU. a un grupo de activistas egipcios y tunecinos, para enseñarles a “sacar beneficio de las oportunidades de la red a través de la interacción con Washington, las organizaciones internacionales y los media”(4).

 

También el National Endowment for Democracy ha comunicado oficialmente, por medio de su sitio informatico(5), de haber suministrado en el 2010 más de un millón y medio de dólares a organizaciones egipcias comprometidas en la defensa de los “derechos humanos” y en la promoción de los valores democráticos: 21.000 dólares americanos al Democratic Forum for Youth, 25.000 al Egyptian Democratic Academy, 89.000 al Freedom House, 55.000 al Ibn Khaldun Center for Development Studies, más de un millón al Center for Internacional Private Enterprise, 35.000 al Egyptian Democracy Institute, 23.000 al El-hak Center for Democracy and Human Rights, 25.000 al Human Development Association.  Otros financiamientos del NED han sido destinados a Túnez (213.000 dólares, repartidos entre el Center for Internacional Private Enterprise y el Mohamed Ali Center for Research, Studies and Training), para Libia (145.000 dólares: mitad al Akhbar Libya Cultural Limited y mitad al Libya Human and Political Development Forum), a Siria (148.000 por Human Rights y 400.000 para el Internacional Republican Institute), para Yemen (674.000 dólares repartidos entre varias organizaciones comprometidas en la defensa de los derechos humanos). A los financiamientos del NED y otros entes estatales americanos se han sumado los fondos asignados por la Open Society Foundation de George Soros, que ha financiado en el 2010 a organizaciones y movimientos en todo el mundo árabe, y en particular en Egipto y en Túnez.  Si volvemos al 2009 y nos limitamos a considerar Egipto, el balance de los fondos de la USAID destinados a las organizaciones democráticas y derechohumanistas suma en conjunto 62’334.187 de dólares (6). Una cifra enorme, que en Egipto es superada solamente por los cientos de millones de dólares otorgados por el emir de Qatar a los Hermanos Musulmanes (7).

 

El movimiento subversivo financiado por los EE.UU. ha derrocado a los gobiernos de Túnez y Egipto y, gracias a la intervención militar occidental, se ha apoderado de Libia; pero no ha logrado abatir al gobierno sirio, a pesar del recurso al terrorismo y a la lucha armada, a pesar del apoyo británico, francés, turco y qatarí.  En cuanto a Argelia, el proyecto de desestabilización del país está obligado a apoyarse sobre todo en las pulsiones secesionistas beréberes, puesto que los argelinos, además de no haberse completamente recuperado todavía del trauma de la guerra civil, que produjo 200.000 muertos, han asistido de cerca a los efectos catastróficos producidos por la “primavera árabe” en Libia.

 

En todo caso, el mundo árabe ofrece a los subversivos occidentales amplias posibilidades de maniobra, ya que para colaborar con ellos no están solamente las minorías “iluminadas” partidarias de los derechos humanos, del Estado laico y de la democracia capitalista, sino también movimientos y grupos que se reclaman formalmente al Islam y por lo tanto deberían teóricamente oponerse a la intrusión occidental.  En caso de que también se vaya a examinar más de cerca la identidad de los movimientos integristas, se puede constatar fácilmente que, cuando no se trata de restos del viejo colaboracionismo anglófilo (como los senusitas libios), su matriz ideológica generalmente es atribuible a corrientes heterodoxas (wahabitas y salafitas); las cuales, siendo hostiles al Islam tradicional y visceralmente enemigas del Islam chiita, reciben el sostén político y la generosa ayuda económica de las monarquías petrolíferas aliadas del occidente y de la entidad sionista.  Resulta por lo tanto compatible el diagnóstico de quien identifica el objetivo de los “islamistas” no en la instauración de un orden islámico, sino en una versión islamizada de la cultura occidental: “todos estos neofundamentalistas, bien lejos de encarnar la resistencia de una autenticidad musulmana con respecto a la occidentalización, son al mismo tiempo productos y agentes de la deculturación en un mundo globalizado” (8).

 

Un caso ejemplar es representado por el movimiento “fundamentalista moderado” de los Hermanos Musulmanes, el resultado más consistente de aquella línea reformista que, inaugurada por Muhammad Ibn ‘Abd al-Wahhâb (1703-1792), asumió con Jamâl a-Dîn al-Afghânî (1838-1897) y con Muhammad ‘Abduh (1849-1905) formas abiertamente occidentalizantes y antitradicionales. A pesar de los aspectos equívocos de su comportamiento en el período de Nasser, los Hermanos Musulmanes todavía han mantenido largamente una posición antiimperialista, tanto es así que han sido colocados en la lista negra del National Security Council.  Posteriormente, si no ya en los años ochenta en el tiempo de Afganistán, indudablemente después del 11 de septiembre de 2001 la relación entre los Hermanos y los EE.UU. ha cambiado.  Se podrá aún sonreír de las furibundas invectivas de Gadafi (9) o de las revelaciones del periódico libanés “Al-Dinar” acerca de los encuentros de David Petraeus con los jefes del movimiento, pero es un hecho cierto que en julio de 2011, Hillary Clinton declaró querer establecer una nueva relación con la Hermandad, la cual tuvo y tiene “un impacto significativo y creciente sobre el Islam en América” (10), tanto es así que el 10 de enero de 2012 el portavoz de la organización, Ahmed Sobea, ha dado oficialmente la noticia de un coloquio entre los exponentes de la Hermandad y William Burns, número dos del Departamento de Estado, y con el asistente secretario Jeff Feltman.  Hablándoles a los estudiantes del Georgetown University, los miembros de la delegación han dicho: “Estamos aquí porque reconocemos el rol de veras importante de los Estados Unidos en el mundo y queremos que nuestras relaciones con áquel sean mejores de lo que ahora lo son. Nuestros principios son universales: libertad, derechos humanos, justicia para todos”(11).

 

Por otra parte, los Hermanos Musulmanes parecen haber tenido desde hace tiempo una relación bastante estrecha con Inglaterra. En Londres en efecto, el exiliado tunecino Rashid al-Ghannushi ha fundado Al-Nahda; en Londres reside Tariq Ramadan (12), nieto del fundador de la organización y consejero del gobierno británico para las cuestiones relativas al extremismo islámico; Londres fue elegida como lugar de exilio del multimillonario Khayrat al-Shater que, designado por los Hermanos como candidato para las presidenciales egipcias, “se ha encontrado con Hillary Clinton, decenas de políticos, diplomáticos y financieros de Wall Street” (13).

 

Sobre la misma longitud de onda de los Hermanos Musulmanes se coloca el AKP (Partido por la Justicia y el Desarrollo), la fuerza turca de gobierno que de un lado trata de conciliar la identidad islámica con la democracia liberal y la pertenencia al bloque occidental, mientras que por el otro, aspira atribuir a Turquía una función hegemónica en el área que perteneció al Imperio otomano.  En el proyecto “neootomano” que resulta, sin embargo, el rol regional de Turquía -bajo guía demoislámica- parece condenada a quedar instrumentalmente integrada en la estrategia atlantista de dominio mediterráneo, como se ha demostrado por la complicidad turca con la subversión líbica y siriana -y por lo tanto para ejercer en forma secundaria, subordinada a los diseños del otro lado del Atlántico.  No sólo eso, sino que la elección turca de animar los fermentos “primaverales” del mundo árabe podría crear una colisión con Rusia e Irán, arruinando todo el trabajo hecho por los políticos de Ankara para establecer buenas relaciones con estas dos potencias.  Hasta que Turquía no se decida a cortar el nudo que la tiene vinculada a la Alianza Atlántica (y a la entidad sionista), el “neootomanismo” será solamente una grotesca parodia de aquella función imperial que, en cambio, podría ser desarrollada en el área mediterránea por una Turquía solidaria con las potencias eurasiáticas.

 

Análogo discurso vale para el mundo musulmán de lengua árabe, que las centrales de la subversión sectaria querrían alejar de su modelo tradicional, para vincularlo, en una unión innatural, al modelo de democracia liberal propuesto por el Occidente como el único posible y pensable.  La elección que se impone a árabes y turcos es pues la misma: o con Eurasia o con Occidente.

 

 

NOTAS:

 

1. Nicholas Spykman, The Geography of Peace, Harcourt Brace, New York 1944, p. 43.

2. François Thual, La planète émiettée. Morceler et lotir: une nouvelle art de dominer, Arléa, Paris 2002, p. 124; ed. it. Il mondo fatto a pezzi, Edizioni all’insegna del Veltro, Parma 2008, p. 92.

3. U.S. groups Helped Nurture Arab Uprising, “The New York Times”, 15 abril 2011.

4. New Generation of Advocates: Empowering Civil Society in Egypt, del sitio de Freedom House (www.freedomhouse.org).

5. www.ned.org

6. Alfredo Macchi, Rivoluzioni S.p.A., Alpine Studio 2012, p. 282.

7. Alfredo Macchi, op. cit., p. 208.

8. Olivier Roy, Généalogie de l’islamisme, Hachette, Paris 2001, p. 10.

9. “¿Los que hoy se llaman Hermanos Musulmanes? […] Ellos son los siervos del imperialismo. Son la derecha reaccionaria, los enemigos del progreso, del socialismo y de la Unidad árabe. Son una sarta de matones, mentirosos, sucios, fumadores de hachís, borrachos, cobardes, delincuentes. He aquí quienes son los Hermanos Musulmanes. Todo esto ha hecho de ellos los siervos de la América.  Los que pertenecían a la facción de los Hermanos Musulmanes, ahora se avergüenzan de decirlo.  Se han convertido en algo podrido, sucio, detestado en todo el mundo árabe y en todo el mundo musulmán” (Christian Bouchet, Islamisme, Pardès, Puiseaux 2002, p. 77).

10. Karim Mezran, La Fratellanza musulmana negli Stati Uniti, in: I Fratelli Musulmani nel mondo contemporaneo, a cura di Massimo Campanini, Karim Mezran, UTET, Torino 2010, p. 195.

11. Daniele Raineri, Vecchia spia al Cairo. Fratelli musulmani in tour in America per convincere Washington. Il salafita fuori gara, “Il Foglio quotidiano”, 10 abril 2012.

12. Véase Intervista a Tariq Ramadan, a cargo di C. Mutti, “Eurasia”, n. 1/2010.

13. Cecilia Zecchinelli, Il milionario islamico che vuole guidare l’Egitto, “Corriere della Sera”, 2 abril 2012.

 

Traducción:  Francisco de la Torre

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La crisi siriana: prove generali del “Nuovo ordine mondiale”?

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Da quando sono iniziati i disordini in Siria, nei primi mesi del 2011, l’attenzione mediatica si è concentrata sul Paese arabo-mediterraneo, e, in una certa misura, la cosiddetta Primavera araba ha iniziato a identificarsi con il caos siriano. Le rivoluzioni in Egitto, Tunisia, Bahrain e altri Paesi, almeno dal punto di vista della propaganda mediatica, sono passate in secondo piano. Alcuni potrebbero pensare che ciò sia dovuto al fatto che la ribellione si è progressivamente trasformata in guerra civile, visto che, e ciò è un dato oggettivo, l’opposizione al governo del presidente Assad è armata fino ai denti (1). O ancora altri motivi legati alla crisi umanitaria e i profughi riversatisi in Turchia e Libano, potrebbero aver infiammato la situazione, facendo vedere al mondo la vera faccia del regime siriano, sanguinario e dittatoriale. Ma un’analisi più approfondita ci farebbe capire che la verità è molto lontana da tutto ciò. Ad esempio, la rivoluzione del Bahrain è stata repressa, almeno fino a oggi, grazie all’invasione militare dell’Arabia Saudita, e ciò dimostra che la situazione nell’isola del golfo Persico sia tutt’altro che rose e fiori, ma nessuno si interessa di ciò. Non vi sono condanne da parte della Lega Araba, del Consiglio di Sicurezza dell’ONU e dei governi occidentali. In Egitto le forze legate al vecchio regime sabotano continuamente il processo riformatore, ad esempio annullando clamorosamente le elezioni del parlamento ed affidando il governo a un presidente della Repubblica neoeletto (Morsi della Fratellanza Musulmana) con poteri simbolici e assolutamente impossibilitato a effettuare importanti riforme in un Paese allo stremo delle forze ed economicamente in dissoluzione (con metà della popolazione al di sotto della soglia di povertà), e nessuno muove un dito. Ma per la Siria il comportamento è molto diverso. Oltre a ciò, le varie potenze stanno giocando su più fronti e perseguono obiettivi diversi, anche se formalmente sembrano alleati.

Tutti questi fatti hanno portato al delineamento di due alleanze internazionali, uno contrario alla permanenza di Assad al potere, e l’altro invece sostenitore del governo siriano. L’alleanza contro Assad è formata dagli USA, l’UE, Israele (2), la Turchia, e alcuni Paesi Arabi (principalmente Qatar e Arabia Saudita). L’obiettivo perseguito da questo fronte eterogeneo e molto articolato è comune per ciò che concerne la caduta di Assad, ma per il dopo-Assad vi sono diversi orientamenti. Gli USA, l’UE e Israele vogliono rafforzare la sicurezza delle frontiere sioniste, visto che l’instabilità egiziana impone all’Occidente e al suo avamposto vicino-orientale (Israele) di tenere un atteggiamento aggressivo nei confronti del confine settentrionale di Tel Aviv, che negli ultimi anni è stato quello problematico per i sionisti. Garantire la sicurezza di Israele è una priorità per gli USA, visto che Tel Aviv è l’unico alleato affidabile per il governo nordamericano nella regione. Più volte sia Obama che i suoi predecessori hanno affermato che “la sicurezza di Israele è la sicurezza degli Stati Uniti”; queste parole da parte della leadership americana non vengono spese per nessun altro Paese al mondo. Colpire la Siria, per l’Occidente atlantista, vuol dire colpire la resistenza palestinese e libanese, da sempre sotto l’ala protettrice di Damasco. Passando poi alle cosiddette “legioni islamiche della NATO” (3), ovvero al ruolo giocato da Turchia, Qatar e Arabia Saudita, bisogna dire che anche questi paesi hanno obiettivi diversi. La Turchia è interessata a ricreare una sorta di nuovo Impero ottomano, se non geograficamente – e tanto meno “istituzionalmente” – almeno come influenza politica; per fare ciò c’è bisogno di sfondare verso Sud, ovvero nel mondo arabo. Ma il problema principale per Ankara è che Siria e Iraq, Paesi confinanti con la Repubblica turca, sono chiaramente influenzati dall’Iran, quindi per far breccia nel Levante arabo e in Mesopotamia bisogna fare i conti con Tehran. Inoltre, Arabia Saudita e Qatar sembrano interessate a evitare il dilagare del contagio rivoluzionario nel golfo Persico, dopo le prime avvisaglie di ribellione in Bahrain e nelle regioni orientali dell’Arabia; insomma, una sorta di guerra preventiva alla Siria, per indebolire l’Iran e scoraggiare le sommosse nelle regioni a maggioranza sciita della Penisola araba.

In questo contesto comunque, non possiamo dimenticare la quinta colonna del fronte anti-Assad in territorio siriano, ovvero al-Qaida e le formazioni armate di ideologia salafita e wahhabita che stanno trascinando nel caos

Il Paese mediterraneo. Questi gruppi sono sempre stati utilizzati dagli occidentali in operazioni delicate nel mondo musulmano, ad esempio nell’Afghanistan degli anni Ottanta in funzione antisovietica (ovvero antirussa), in Bosnia in funzione antiserba negli anni Novanta, in Iraq, Pakistan e Iran, in funzione antisciita. Oggi invece in Siria sembra esserci una sorta di resa dei conti finale. Infatti questi gruppi combattono una guerra, di fatto negli interessi dell’America, contro i vari avversari e concorrenti dell’espansionismo atlantista: l’Iran, gli sciiti alawiti (4), considerati eretici dai gruppi salafiti e wahabiti, e la Russia; ma anche i “collaborazionisti” sunniti, considerati dei traditori per non essersi ribellati all’”eretico” Assad (5). L’intellettuale iraniano Hamid Ansari, riguardo all’entità di questi gruppi terroristici di ispirazione massimalista, protetti da alcuni governi arabi e occidentali, negli anni Novanta scriveva:

“È l’Islam americano (6) (ovvero l’islam di gruppi come al-Qaida, n.d.r.) che protegge i governi fantoccio e li rende impotenti. Anzi nel nome dell’Islam questi governi combattono contro i veri musulmani e allo stesso tempo accettano la sottomissione e il compromesso con gli Stati Uniti e Israele, i nemici dell’Islam”. (7)

Quindi vediamo che gli interessi sono diversi, ma tutto ruota su due fattori principali: da un lato rafforzare l’egemonia americana, attraverso il rafforzamento di Israele, nella regione più importante del mondo per ciò che concerne il controllo dei mercati energetici, vero punto nodale delle relazioni internazionali e della geoeconomia nel XXI secolo, e d’altro canto indebolire il fronte pro-Assad, formato dall’asse Mosca-Pechino-Tehran. Brzezinski diceva sempre che per difendere l’egemonia americana vi è la necessità di applicare due politiche: rafforzare i “vassalli” (8) ed evitare “l’unione dei barbari”. In questo contesto, e per motivi diversi, i barbari sarebbero appunto l’Iran, la Russia e la Cina. La Repubblica islamica può essere considerato come l’ultimo avversario culturale ed ideologico dell’Occidente liberaldemocratico, la Russia è l’unico Paese ad avere un arsenale bellico paragonabile agli USA e la Cina contende il primato economico mondiale all’America. Non è un caso quindi che molti analisti vedano nell’Organizzazione di Shanghai per la Cooperazione (Shanghai Cooperation Organisation, SCO) una sorta di alter ego della NATO, visto che i tre Paesi “barbari” menzionati sono tutti membri (9) di quella che potrebbe essere la principale organizzazione internazionale dei prossimi decenni, spostando il centro di comando delle relazioni internazionali, per la prima volta dopo alcuni secoli, dall’Occidente all’Asia, o come preferiscono dire alcuni analisti, all’Eurasia. Quindi vediamo come la crisi siriana abbia dei retroscena molto più grandi di quelli che una persona superficiale potrebbe immaginare. Qui c’è in ballo il futuro delle relazioni internazionali e la creazione di un “Nuovo ordine mondiale”, ben diverso da quello auspicato dagli USA.

D’altronde è innegabile che anche il fronte internazionale pro-Assad, è mosso da logiche diverse. L’Iran non vuole il rovesciamento del governo siriano, in quanto la caduta di Damasco romperebbe l’alleanza strategica di Tehran con i principali oppositori del regime sionista, ovvero Hezbollah, i suoi alleati libanesi e la galassia eterogenea (islamico-nazionalista) dei resistenti palestinesi. In tutti questi anni, uno dei motivi principali per cui un attacco militare occidentale contro la Repubblica islamica è stato sempre rimandato, è che l’Iran ha degli alleati di ferro al ridosso dei confini sionisti, prospettando una reazione non solo dal territorio iraniano, ma anche dal Libano meridionale e da Gaza, su quello che un tempo era considerato un esercito invincibile (quello sionista appunto) e che oggi di fatto sembra essere il “tallone d’Achille” dell’America. Ovviamente il ruolo di Damasco è quello di intermediario tra l’Iran e la guerriglia antisionista. Venendo meno questa alleanza (“Asse della Resistenza”), il governo iraniano sarebbe molto isolato nella regione, e l’attacco occidentale a Tehran sarebbe a quel punto imminente. La Russia invece vede nella Siria oltre che l’ultimo alleato di ferro nel mondo arabo e nel Mediterraneo, anche l’ultimo regime a guida socialista e nazionale del Vicino Oriente, baluardo contro il dilagare del massimalismo fondamentalista. Dopo la Libia e la Siria, Mosca teme che possa esserci un aggravarsi della situazione nel Caucaso a maggioranza musulmano, come avvenne negli anni Novanta. Infine la posizione della

Cina, che teme invece per un’eccessiva espansione americana, soprattutto dopo lo smacco libico, che ha messo in pericolo la posizione economica cinese nel continente africano, da tempo uno degli interessi principali di Pechino. Come si vede, sia il fronte pro-Assad che quello occidentalofilo, mantengono le loro posizioni in base a interessi diversi. Inoltre, il perdurare della crisi siriana potrebbe portare a scenari impensabili, inimmaginabili solo qualche settimana fa. La recente disputa tra Damasco e Ankara, riguardo all’abbattimento del velivolo militare turco nello spazio aereo siriano, dimostra le nuove strategie atlantiste, che necessitano di molta attenzione da parte di Russia, Cina e Iran, altrimenti si rischia una guerra civile o internazionale permanente, che non giova a nessuno dei contendenti, e soprattutto alla popolazione siriana.

*Ali Reza Jalali è laureato in legge, si occupa dello studio della costituzione e della forma giuridica in vigore nella Repubblica Islamica dell’Iran.


(1) Qualche settimana fa è arrivata la notizia riguardo al nulla osta delle autorità americane per rifornire i ribelli siriani con missili anticarro. Ma c’è di più: le stesse fonti occidentali – ostili vero il governo siriano – riferiscono senza tanti giri di parole di aiuti israeliani ai “ribelli”: http://www.corriere.it/notizie-ultima-ora/Esteri/Siria-fonti-ribelli-missili-Israele/23-06-2012/1-A_001851146.shtml

(2) “Qualsiasi regime che rimpiazzi il presidente siriano Assad non potrà essere peggiore di quello attualmente in carica”. Questa frase è stata pronunciata da Gabi Ashkenazi, il 19° Capo di Stato Maggiore generale dell’esercito di Tel Aviv.

(3) http://www.arabmonitor.info/dettaglio.php?idnews=35164&lang=it.

(4) Gli alawiti sono una popolazione di confessione sciita presene in Siria. Questo è il gruppo religioso del presidente Assad.

(5) Spesso si dice che la Siria è un Paese a maggioranza sunnita in cui il governo è affidato alla minoranza alawita, ma ciò non è corretto, visto che un buon 60% dell’esercito siriano è formato da sunniti, e se questa maggioranza assoluta avesse deciso di ribellarsi al regime, quest’ultimo non sarebbe rimasto in carica nemmeno per un istante. Agli occhi dei massimalisti salafiti e wahhabiti, ovviamente questo è considerato un grave tradimento.

(6) Interessante notare che il primo a parlare di “Islam americano” in contrapposizione ad un “puro Islam muhammadiano” e “rivoluzionario” è stato l’imam Khomeyni, guida della Rivoluzione iraniana del 1979.

(7) Hamid Ansari, Il racconto del risveglio. Una biografia politica e spirituale dell’imam Khomeini, Irfan Edizioni, Roma 2007.

(8) Che bel modo hanno gli americani di chiamare i loro alleati!

(9) La Russia e la Cina sono membri effettivi e l’Iran ha uno status di osservatore, ma a breve potrebbe diventare un membro effettivo.

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VASILE LOVINESCU: LA DIMENSIONE EURASIATICA DELLA ROMANIA

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In Romania il cognome Lovinescu richiama alla memoria almeno tre notissimi intellettuali: il critico letterario Eugen, il drammaturgo Horia e la saggista, nonché dissidente anticeausista, Monica. Pochissimi invece sono coloro i quali, in patria, conoscano Vasile Lovinescu. E ciò meno ancora in Italia.

Nato in Moldavia (rom. Moldova) e precisamente nel comune di Falticeni, il 30 dicembre 1905, si trasferisce a Bucarest dove nel 1927 si laurea in Giurisprudenza e si guadagna da vivere, sino a un certo punto della sua vita, come consulente legale e collaboratore di diverse riviste, talune anche prestigiose: Viata literara, Viata romaneasca, Vremea, Familia, etc.

Inizia sin da giovane a interessarsi alle dottrine orientali, sinché nel 1932 non leggerà in francese Il Re del Mondo di René Guénon: sarà questo l’incontro che imprimerà una svolta radicale alla sua esistenza. Infatti, dopo un fallito tentativo di tradurre il libro in romeno, Lovinescu inizierà a tessere una fitta corrispondenza con Guénon, allora già stabile al Cairo, che durerà dal 1934 sino alle soglie della seconda guerra mondiale nel 1940.

L’anno successivo ai primi contatti epistolari con lo studioso francese, tra il 10 luglio e il 3 agosto 1935, Lovinescu si reca sul Monte Athos per tentare di ottenere il ricollegamento iniziatico con l’esicasmo, ossia con quella che reputava essere la dottrina esoterica del Cristianesimo ortodosso (come la maggior parte dei romeni Lovinescu era naturalmente di religione ortodossa), ma il tentativo non ha esiti positivi: è il primo forte segnale che lo determinerà a entrare nell’Islam e a chiedere il ricollegamento iniziatico nel sufismo, ossia la dottrina esoterica islamica.

Lovinescu dimostra così con la sua diretta esperienza che l’esoterismo cristiano, persino nella forma più pura di Cristianesimo qual è l’ortodossia, è ormai scomparso e il retaggio è, come avrebbe in seguito spiegato lo stesso Guénon, è ridotto ai minimi termini in luoghi pressoché inaccessibili e in condizioni esteriori piuttosto particolari. In una parola: impossibile.

Così nel marzo 1936 Lovinescu parte per la Francia e per la Svizzera e diventa allievo di Titus Burckhardt, entrando nell’Islam il 10 di quello stesso mese, col nome di Abd el-Qader Isa. Entrerà poi subito in un tariqa (confraternita) sufi sotto l’egida di Frithjof Schuon. Sia quest’ultimo, sia Burckhardt, prendono tutti le mosse dall’insegnamento di René Guénon, anche se, nel corso del tempo, Schuon sbanderà, costringendo Lovinescu (e anche un altro romeno di più nota fama, ossia Mihai Valsan) ad allontanarsene per ribadire la propria fedeltà alla dottrina esposta dal francese.

Qui non possiamo, né vogliamo, indugiare oltremodo sui dettagliati rapporti tra queste persone, e né vogliamo entrare nel merito delle questioni in gioco, pur di decisiva importanza. Ciò che importa sapere di Lovinescu è che egli fu l’unico studioso romeno e mettere per la prima volta in luce alcuni fondamentali temi legati alla Romania, e lo fece sulla scorta delle dottrine tradizionali che aveva assorbito e che via via assorbiva attraverso lo studio e la pratica. I risultati degli studi di Vasile Lovinescu sono contenuti in diversi scritti, oggi purtroppo difficilmente reperibili nel Paese carpatico e invece paradossalmente più facili a procurarsi in Italia (i testi essenziali sono stati tradotti da Claudio Mutti e pubblicati dalle Edizioni all’insegna del Veltro).

Nella Dacia iperborea – una collezione rielaborata di articoli che l’autore pubblicò su Études Traditionnelles, la rivista di studi tradizionali il cui più importante animatore fu proprio Guénon – Lovinescu traccia un quadro della storia e della geografia sacre della Romania. Seguiranno La colonna traiana, un lavoro di commento al monumento eponimo, che si concentra sullo sviluppo del tema della «funzione imperiale, nella quale autorità spirituale e potere politico realizzano la loro sintesi, e si conclude con un capitolo sull’idea imperiale di Dante e sul simbolismo ghibellino della Divina Commedia» (Mutti). Terzo testo è Ciubar Voda («Principe Mastello»), che, secondo Lovinescu, sarebbe simbolo del Re del Graal e un principe pare realmente esistito nel XV secolo. In quest’ultimo saggio Lovinescu, tra l’altro, chiama in causa uno degli scrittori romeni più popolari, ossia Vasile Alecsandri, che sarebbe stato portavoce di una tradizione segreta. Un altro testo che coinvolge, e questa volta sin dal titolo, uno scrittore romeno, è Creanga si Creanga de aur, ossia «Creanga e il Ramo d’oro». Ion Creanga (questo nome in romeno vuol dire appunto «ramo») è l’autore di notissimi racconti e in particolare di Amintiri din copilarie («Ricordi d’infanzia»), uno dei libri più letti in Romania. In questo lavoro Vasile Lovinescu termina l’analisi in senso esoterico delle favole di Creanga iniziata già alla fine della Dacia iperborea. Vi sono ancora due altri scritti che trattano direttamente della tradizione popolare della Romania e in cui Lovinescu scorge tracce sensibili e profonde della Tradizione primordiale. Essi sono Il quarto pellegrinaggio. Esegesi notturna di «I prìncipi di Curtea-Veche», una decifrazione del simbolismo contenuto in Craii de Curtea-Veche, il celeberrimo romanzo di Mateiu Caragiale, figlio del grandissimo drammaturgo Ion Luca Caragiale, e Interpretazione esoterica di alcune fiabe e ballate popolari romene. Tra gli altri suoi fondamentali testi ci sono ancora L’incantesimo del sangue. Qualche elemento esoterico dall’iconografia e dalla letteratura colta e Il mito straziato. Messaggi antichi. Lovinescu trattò, sempre in tema di storia sacra romena, anche di Stefan cel Mare (Stefano il Grande) in Il mito del monarca nascosto.
Pubblicò ancora diversi articoli, anche se a un certo punto cessò di dare i suoi lavori alle riviste, e tenne un diario, uscito in diverse parti e con diversi titoli.

Le Edizioni all’insegna del Veltro hanno di recente dato alle stampe una breve ma significativa raccolta di articoli composti da Vasile Lovinescu per la rivista «Vremea», pubblicata in Romania negli anni Trenta, e che riprende il titolo eponimo della pubblicazione.
In questa lamina cartacea si spazia dall’opera di Richard Wagner a Nietzsche, dal mistico tedesco medievale Meister Eckhart a René Guénon, passando per i più disparati argomenti, quali il concetto di mare come «principio femminile», la «mistica del fascismo», la concezione del viaggio e molto altro. Un saggio che si legge nel volger di un’ora e che rende merito all’attività pubblicistica di Lovinescu, sino a questo momento inedita in Italia.

Da queste pagine emerge soprattutto la figura del «contemplatore solitario», così come lo aveva definito lo scrittore Dan Stanca, ancora vivente e che per un certo periodo fu discepolo di Lovinescu, in un suo libro del 1997. Un contemplatore che cercò per tutta la vita di restituire alla Romania, pur nei limiti della civiltà moderna da sempre osteggiata da Lovinescu, la sua dimensione sacra, “recuperando” al Paese carpatico il suo ruolo e la sua collocazione, nella dimensione eurasiatica, di raccordo tra Oriente e Occidente.
La solitudine di questo scrittore è ben diversa da quella, per esempio, di un suo illustre connazionale, ossia Emil Cioran. Possiamo dire – azzardando un paragone non caricandolo però di un peso eccessivo – che mentre l’autore di Pe culmile disperarii e di Précis de décomposition riveste il ruolo di pars destruens, Lovinescu è la pars costruens di un discorso rivolto alla cosiddetta «nuova generazione», ossia a quei pensatori romeni che si sono avvicendati nei primi decenni del Novecento e che hanno impresso un’importante svolta culturale a una Romania soggiogata dalle potenze occidentali.
In questa antologia emerge invece l’aspetto più “politico” – o, se vogliamo, metapolitico – di Lovinescu. Scrive Claudio Mutti, curatore dell’opera: «Animati dalle medesime aspettative di un radicale cambiamento politico e civile, partecipi del dibattito culturale che si sta svolgendo in Europa, impegnati nelle file del Movimento legionario, Vasile Lovinescu ed Emil Cioran danno voce entrambi, seppure con toni diversi, alle aspirazioni di rinnovamento di quella “nuova generazione” – vera e propria variante romena della “rivoluzione conservatrice” europea – che ha il suo ispiratore e maestro in Nae Ionescu e il suo più celebre rappresentante in Mircea Eliade… Sia Lovinescu sia Cioran preconizzano una “trasfigurazione della Romania”, esprimendo tale concetto con un sintagma, “schimbare la fata”, che nel lessico dell’Ortodossia romena designa la Trasfigurazione e l’Ascensione di Gesù».

A questo punto non sarà inutile ricordare che Lovinescu aderì al Movimento legionario e divenne primar (sindaco) del suo paese natale durante la breve esperienza del governo nazional-legionario – installatosi a Bucarest tra la fine del 1940 e l’inizio del 1941 – del maresciallo Ion Antonescu e di Horia Sima.

Vasile Lovinescu spese pressoché tutta la propria esistenza a scrivere e a meditare. Insegnò pure in un cenacolo alquanto esclusivo da lui stesso fondato, la «Confraternita di Iperione», ai cui incontri parteciparono molti importanti studiosi tradizionali romeni, e che si sciolse nel 1980, allorché il fondatore decise di ritirarsi definitivamente a vita privata a Falticeni.

Ecco come lo ricorda Antonie Plamadeala, allora metropolita ortodosso di Sibiu e della Transilvania: «Le sue estasi erano intellettuali… Formatosi solidamente… su una cultura intensa quanto profonda, cercava in ogni cosa e in tutto i significati nascosti… Spesso passeggiavamo in riva al lago di Rasca, sul limitare del bosco, oppure sul lungo viale di Slatina fiancheggiato da alberi, e lui faceva continuamente delle domande. Era tutta una domanda in permanente sviluppo… Mi dispiace che sia nell’altro mondo. Adesso se passeggiassimo ancora sul viale di Manastirea Slatina o accanto al lago di Manastirea Rasca… sarei io quello che farebbe continuamente delle domande!»

L’opera di Lovinescu, il quale non può essere definito in alcun modo, se non col suo nome, è oggi l’unica chiave di lettura complessiva e integrale per comprendere la Romania e le sue tradizioni e comprendere qualcosa in più del nostro continente eurasiatico.


FONTE: “La Voce del Ribelle”, n. 45.

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LA FINE DI UN’ERA: COSA C’E’ DOPO L’UNIPOLARISMO?

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Sabato 21 Luglio 2012, alle ore 18.00, a Perugia, presso la Sala Convegni dell’Hotel la Rosetta, in Piazza Italia 19, si terrà l’incontro pubblico “LA FINE DI UN’ERA: COSA C’E’ DOPO L’UNIPOLARISMO?”

Introduce e modera:

ANDREA FAIS
Collaboratore di “Eurasia – Rivista di Studi Geopolitici“. Coautore de “Il Risveglio del Drago” e autore de “L’Aquila della Steppa“.

Interventi di:

GIACOMO GABELLINI
Redattore di “Eurasia – Rivista di Studi Geopolitici “. Autore de “La Parabola. Geopolitica dell’unipolarismo statunitense“.

FABRIZIO DI ERNESTO
Autore di “Portaerei Italia. Sessant’anni di Nato nel nostro Paese” e “L’alba del nuovo mondo. Come il continente Indio-Latino ha smesso di essere il giardino di casa degli Stati Uniti”.

Ingresso libero e gratuito.

 
 

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Dichiarazione di una fonte ufficiale del Ministero degli Affari Esteri della Repubblica Araba Siriana, 02/07/2012

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Per la quinta volta, i gruppi terroristici armati hanno causato il fallimento degli sforzi del Comitato Internazionale della Croce Rossa, della Mezzaluna Rossa Siriana e delle Autorità Locali della città di Homs nel far uscire i feriti, i malati e i bambini dagli artigli della paura e della distruzione commesse dai gruppi armati in alcuni quartieri della città, senza motivo alcuno, eccetto la determinazione di queste bande nel continuare a uccidere e a commettere crimini contro i cittadini innocenti.

In questo contesto, il Governo della Repubblica Araba Siriana ha fornito alla  Croce Rossa Internazionale e alla Mezzaluna Rossa Siriana tutte le facilitazioni necessarie per evacuare i cittadini inermi e per garantigli l’assistenza medica e alimentare, e la sicurezza. Dopo i numerosi tentativi profusi da queste organizzazioni, i gruppi armati hanno fatto pervenire alla Croce Rossa Internazionale il loro rifiuto a consentire a qualsiasi essere umano di abbandonare i luoghi sotto il loro controllo. Simili azioni dei gruppi terroristi armati denotano la loro natura disumana e la loro illimitata bestialità. Ormai è divenuto chiaro che la loro unica preoccupazione è vendicarsi sugli innocenti, prendendoli come ostaggi e scudi umani per commettere omicidi e terrorismo.

Il Governo della Repubblica Araba Siriana, nell’avvertire il Consiglio di Sicurezza, il Consiglio dei Diritti dell’Uomo e la Comunità Internazionale circa la situazione drammatica degli abitanti di Homs,  chiede a queste organizzazioni umanitarie ed internazionali di rendere pubblico tutto ciò che stanno facendo i gruppi terroristici armati, facendo pressione su di loro e su chi li supporta, esigendo che i Paesi che finanziano e forniscono armi a questi gruppi li costringano a mettere fine ai loro crimini, qualora abbiano un minimo di coscienza umana e di rispetto del Diritto Internazionale.

La Siria chiede altresì ai mass-media di smettere di sostenere queste bande armate, di rivelare al mondo i loro crimini e non di occultarli, traviando l’opinione pubblica araba e internazionale.

Infine, la Siria ribadisce che continuerà a fare tutto il possibile per difendere il Suo Popolo e che si assumerà le Sue piene responsabilità nel far uscire i civili innocenti dalla loro tragedia, impedendo ai gruppi terroristici armati di continuare a spargere sangue siriano.

Ambasciata della Repubblica Araba Siriana

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Costa d’Avorio – Israele: i vecchi amici si ritrovano

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La visita di Alassane Ouattara a Gerusalemme, dal 16 giugno al 21, ha aperto nuove prospettive di cooperazione bilaterale tra Costa d’Avorio e Israele, che risale al 1960.

 

Ritornato ad Abidjan il 21 giugno,Alassane Ouattara sembra essere soddisfatto.

In quattro giorni di visita in Terra Santa,il presidente ivoriano ha preso la misura delle eccellenti relazioni che il suo paese intrattiene con Israele.

Il 16 giugno è stato accolto nell’ aeroporto Ben Gurion di Tel Aviv dal suo amico Stanley Fischer,governatore della Banca d’Israele,che aveva frequentato al Fondo monetario internazionale (FMI).

Prova dell’importanza che attribuiva a questa visita,Ouattara è stato accompagnato da una folta delegazione di imprenditori e ministri,tra cui Daniel Kablan Duncan (Affari esteri),Adama Toungara (Miniere e Energia) e Paul Koffi Koffi (Difesa).

Tutti hanno alloggiato presso il prestigioso King David Hotel a Gerusalemme.

Il presidente ivoriano ha risposto all’invito del suo omologo Shimon Peres,ultimo testimone di mezzo secolo di relazioni bilaterali.

“Io sono l’unico abbastanza vecchio da ricordare la visita di Felix Houphouet-Boigny,nel 1962,” ha detto il capo dello Stato di Israele,ricevendo Ouattara nella sua residenza.

I due uomini si sono nuovamente incontrati il ​​20 giugno,alla quarta edizione di Facing Tomorrow, una conferenza internazionale organizzata da Peres.

 

Problemi di sicurezza

In precedenza,Ouattara si era incontrato con Benjamin Netanyahu,il Primo Ministro,con il quale ha discusso il rimpatrio di circa 2.000 cittadini della Costa d’Avorio presenti in Israele,per lo più irregolari. “Rivedremo la lista e riporteremo i nostri cittadini nel loro paese,in piena cooperazione con Israele,” ha promesso Ouattara,quando una manciata di loro hanno manifestato contro di lui nella Knesset.

Tra gli argomenti trattati,il rimpatrio di 2.000 ivoriani,per lo più illegali.

La visita del presidente ivoriano è stato a lungo desiderata dagli ufficiali israeliani,desiderosi di ripristinare un livello di cooperazione analogo a quello esistente sotto Laurent Gbagbo.

Di fronte alla ribellione del 2002,che ha portato alla spartizione del paese,quest’ultimo si era rivolto allo Stato ebraico per richiedere assistenza militare. Ad Abidjan,alcune fonti suggeriscono che la visita di Ouattara sarebbe anche essere legata a problemi di sicurezza.

Dovendo far fronte a tentativi di destabilizzare l’ovest del paese e ora privo del sostegno di Nicolas Sarkozy,il presidente ivoriano avrebbe cercato di fare una alleanza strategica con Israele.

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